Aunque ya resulten un poco manidas y nos cansen o nos avergüence repetirlas, hay que decir: paz, diálogo, reconciliación. No hay otro camino que nos libre de ir al desastre. Mi tía Tálida solía decir que las cosas evidentes son las que hay que repetir con más frecuencia, pues, por muy evidentes que sean, también pueden caer en el olvido.
No se olviden de la paz. La paz es algo más que la ausencia de la guerra o de la violencia. Antes que en el campo de batalla, la guerra se va gestando en los corazones y en las conciencias. El holocausto no empezó el día que inauguraron Auswitch.
Mucho antes al pueblo se le fue metiendo en la cabeza el odio a los judíos, la indiferencia ante el horror. Es la fuerza de la ideología que siempre acaba devorando a los hombres y a los pueblos. ¿Cuándo será posible vivir, crecer y educar en la paz? Decía San Juan Pablo II: “Si quieres la paz, trabaja por la justicia”. ¡Cuántas cosas (falencias e inequidades) han quedado en evidencia a lo largo de aquellos tenebrosos once días!
No se olviden del diálogo. ¡Fuera los vándalos, delincuentes y mercenarios! Otra cosa es el pueblo humilde y empobrecido. ¿Habrá alguna razón para la destrucción, la violencia, tirar piedras contra el propio tejado y arrasar lo poco que tenemos? Desde el principio, la Iglesia pidió diálogo, franco, abierto y a tiempo. Pero no se le hizo caso y, a la postre, unos y otros pidieron que se facilitara el diálogo, cuando la sangre ya llegaba al río y las llamas lo consumían todo, incluida la dignidad de los quiteños.Triste fue ver el sufrimiento de tantos y la indiferencia de algunos. Ahora toca hacer los deberes pendientes. No es suficiente con que cuadre en el papel la macroeconomía. Hay que sentarse a dialogar, socializar, compartir, dejar atrás la lógica de los vencedores y de los vencidos y ponerse en los zapatos del otro. Necesitamos un nuevo pacto social, dialogar para vencer esta maldita pobreza que nos ahoga y nos resiente y, además, nos mata. Tengan paciencia y dense tiempo. Con paz y diálogo, la patria volverá a florecer.
No se olviden de la reconciliación. Los jóvenes lobos esteparios, carne de cañón de políticos e ideólogos, necesitan crecer en una sociedad reconciliada, atenta a las necesidades de todos, especialmente de los más pobres. Ojalá que pudieran encauzar sus ansias y rebeldías en desarrollar proyectos solidarios en favor del hermano. Justicia, equidad, economía social y solidaria, compasión y compromiso nos darían a todos suficiente oxígeno como para seguir respirando y oxigenando a nuestro país. Aún hay mucho que conciliar.
Decía Bertol Brecht, el viejo poeta marxista, que si el pueblo defrauda al gobierno, tendríamos que cambiar de pueblo… Era una ironía del fino y lúcido poeta. Quizá tuviera algo de razón. Tumbar gobiernos es fácil. Cambiar pueblos, no. Para eso se necesita paz, diálogo y reconciliación.