¡Quisiera que estos días fueran para nosotros de un azul en el alma, sin el sol que en Quito nos corroe, perdida por el cambio climático la lluvia cotidiana! Hoy, para mí, todo es gris.
Estoy entre quienes quieren creer que el gobierno de Moreno ha acertado y acierta en lo esencial, pero releo comentarios y discusiones virtuales, y tengo muchísimo miedo sobre el Consejo de Participación Ciudadana que brotará el 24 de marzo, habiendo debido desaparecer como un recuerdo nefasto. ¿Dejaremos al país al albur del regreso del correísmo obsceno? Leamos: “El voto nulo tiene […] un altísimo significado político. Es la única posibilidad que tiene el país (obligado a votar) de generar una base política, un hecho de opinión necesario para prescindir de este organismo. Solo si el nivel de votos anulados es voluminoso, habrá forma de exigir una consulta popular para eliminar ese organismo”. “La propuesta del voto nulo no es sinónimo de desentenderse. Por el contrario, es la única herramienta democrática de dejar sin legitimidad un poder que produce, como ya se probó, concentración, corrupción e impunidad”.
¡Anulemos el voto!, formulan los 4 Pelagatos, lo aconseja la historia: ¡procuremos su desaparición!
Este viernes 22 de febrero se cumplirán ochenta años de la muerte de Antonio Machado, ¡cómo no dedicarle por entero este espacio y muchos más! El queridísimo poeta vivió, amó y poetizó a Soria, la callada ciudad castellana donde enamoró a Leonor, ¡tan joven!, cuya sencilla tumba se halla en el Cementerio de El Espino: afuera está el olmo viejo ante el que Machado soñó así el milagro de su curación: ‘A un olmo viejo, hendido por el rayo / y en su mitad podrido, / con las lluvias de abril y el sol de mayo, / algunas hojas verdes le han salido // Olmo, quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida. / Mi corazón espera también / hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera’.
He recorrido varias veces el camino entre las ermitas de San Polo y San Saturio: por él, el poeta llevaba a Leonor a respirar el aire limpio y alto, pero el milagro nunca sucedió: ella murió a los 18 años, en 1912, y Machado anduvo por el mundo mucho tiempo aún; sufrió desde el bando republicano el espanto de la guerra civil española y, una vez perdida, en 1939, un enero glacial huyó de las represalias que sufrían y sufrirían los republicanos; tras agónica peregrinación, recaló enfermo, junto a su madre y su hermano José, en Colliure, pueblecito francés en la frontera, donde pocos días después murió el poeta, a los 64 años. Al cabo de unos días le siguió su madre, convencida de que iban aún ‘camino de Sevilla’. Así se cumplió el destino machadiano: ‘Y cuando llegue el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar / me encontraréis a bordo, ligero de equipaje / casi desnudo, como los hijos de la mar’.
En el bolsillo de su viejo y astroso abrigo, encontró el hermano sus últimos versos: “Estos días azules / y este sol de la infancia” …