Paulina Garzón / Columnista invitada
Mientras docenas de organizaciones ambientales, de derechos humanos, y de desarrollo alrededor del mundo están intentando preservar a toda costa las políticas ambientales y sociales Banco Mundial, los gobiernos de los Brics anunciaron la creación de un nuevo banco que, en la práctica, reemplazaría al Banco Mundial.
Hace pocos días se filtró un documento del Banco Mundial, que informa sobre una serie de cambios para flexibilizar las políticas ambientales y sociales de la institución, las que son producto de más de 20 años de lucha de muchas organizaciones y comunidades del mundo. Entre los cambios más destacados está el rol que se daría a los gobiernos prestatarios para autoevaluar el riesgo ambiental y social de los proyectos para los cuales solicitan los préstamos, y para autosupervisar el desempeño ambiental y social durante la implementación del proyecto que patrocinan.
Organizaciones sociales en el Sur y en el Norte han advertido al Banco Mundial que este cambio podría ser una muy mala idea. Muchos países no han desarrollado estándares ambientales y sociales que garanticen una evaluación de calidad y exhaustiva de los impactos; y la “política pública” de muchos gobiernos (varios casos en América Latina) es fundamentalmente extractivista. Lamentablemente, en algunos países, esa política está por encima de los marcos regulatorios nacionales, y de las instituciones encargadas de velar por el cumplimiento de las leyes ambientales y por los derechos de la comunidades.
Si el Banco Mundial había perdido su relevancia a mediados del 2000, cuando China y Brasil empezaron a prestar e invertir masivamente en el ‘Tercer Mundo’, la evidente claudicación del Banco Mundial frente a sus estándares ambientales, representan, en la práctica, el entierro de esa institución.
Casi al mismo tiempo los Brics decidieron crear un nuevo banco de desarrollo. Allí, los mandatarios chino, brasilero, ruso, indio y sudafricano hablaron de todo, menos de las reglas de juego que tendría su “nuevo banco”.
Por ejemplo, dijeron el nuevo banco de desarrollo financiaría proyectos de infraestructura y de desarrollo sostenible, pero no han explicado su visión de sostenibilidad. Tampoco dijeron nada acerca de regulaciones ambientales y sociales, políticas de transparencia y acceso a la información, y mucho menos de la rendición de cuentas del nuevo banco.
Las organizaciones sociales que han luchado infatigablemente frente al Banco Mundial, ahora tienen una nueva tarea, quizá aún más grande: que el nuevo banco de los Brics sea una institución con reglas claras y precisas en lo ambiental y social y que sea transparente.
Si los Brics quieren jugar en las grandes ligas del financiamiento internacional y hablar de una cooperación ‘Sur-Sur’ sus regulaciones deberían ser mejores que las Banco Mundial, no peores o inexistentes.