La discreción es una virtud poco usual entre los seres humanos y lo es aún menos en una sociedad cada vez más petulante, egoísta y fatua como la que vivimos donde lo que no llama la atención con estridencia no existe, no vale.
El patriotismo, tan manido y manoseado en los tiempos que corren, tampoco es frecuente en un mundo en que los valores auténticos del amor al terruño y a lo que este significa han devenido en superficiales.
Pues yo tuve el honor de conocer a una persona, a un ecuatoriano, que supo integrar con modestia pero con convicción esas dos virtudes y ponerlas al servicio del país desinteresadamente.
Ese ser humano de excepción fue Gustavo Ruales Viel, quien silenciosamente, como él mismo quizás habría querido, nos ha dejado, hace unos días, para siempre.
Desde 1950, en que ingresó al Servicio Exterior de la República, actualmente tan injustamente vilipendiado, hasta 1998 en que se retiró, Gustavo Ruales Viel supo dar lo mejor de sí como un profesional serio y responsable para bien del prestigio y, sobre todo, como buena parte de esa valiosa generación de diplomáticos ecuatorianos, de la integridad territorial de nuestra Patria.
En sus casi cincuenta años en la carrera diplomática, ejerció funciones en México, Cuba, Chile, Paraguay e Italia. Y como Embajador en Colombia, Brasil, Argentina y Perú–donde debió hacer frente desde Lima, con entereza y profesionalismo, a la guerra del Alto Cenepa-.
Fue Subsecretario General de Relaciones Exteriores y Canciller Encargado y, finalmente, para sellar su brillante trayectoria profesional, Miembro de las Comisiones Negociadoras de la Paz con el Perú.
Incursionó también -con ingenio y magistral manejo del idioma- en la literatura, a través de cautivantes relatos, lamentablemente poco conocidos; otra vez, por su obstinada discreción.
Modelo de virtudes cívicas y humanas, de portentoso talento y cultura, de entrega a las más elevadas causas nacionales, de una sin par capacidad de análisis, de agudo sentido del humor y de ancha generosidad, supo trasladar a borbotones a quienes le rodeamos toda su calidad humana y su erudición.
Con ese patriotismo tan suyo defendió, con inteligencia y sobrado conocimiento, la heredad territorial en todas las funciones que cumplió.
Su ejemplo no solamente perdurará entre quienes tuvimos la suerte de conocerle y aprender de él, sino entre los muchos ecuatorianos, que a pesar de la discreción con que desarrolló sus ideas y acciones y cultivó sus valores, conocerán pausadamente el enorme aporte que hizo al país.
Todo ello lo seguirá haciendo, desde la lejana distancia de la cercana muerte, con discreto pero apasionado patriotismo.
El Ecuador, a través de las instancias oficiales correspondientes, le debe un reconocimiento. Ojalá lo haga.
* Columnista invitado