A las penosas noticias sobre la muerte violenta de dos jóvenes turistas y de dos niños, en hechos aislados en Santa Elena, se sumó esta semana el debate sobre el dinero que adeuda el Estado a Solca. Otros temas como la relación entre el poder civil y las Fuerzas Armadas se mantuvieron en la agenda porque tienen cola larga, por no nombrar la crisis económica que el Gobierno intenta enfrentar con un proyecto de flexibilización laboral y otros arbitrios.
La autoridad no acepta que en todos los casos, bien sea la investigación de la muerte de Sharon o la de las turistas argentinas, el apuro trae cansancio y no da réditos. Adelantar información y tomar atajos procesales abre resquicios irreparables. Hay algo más que decir sobre el suceso: sirvió para que saliera a flote un mal disimulado machismo, tan execrable como el racismo que emana cuando se critica, por ejemplo, a la dirigencia indígena.
En cuanto a la deuda estatal con Solca, entidad que hace un espléndido trabajo, no tiene sentido que el presidente Correa le quiera aplicar el ya conocido concepto de ilegitimidad. Es legítima y sobre todo es legal, pues se basa en una decisión tomada por el bloque oficialista en 2014 y refrendada por el Ejecutivo. El 0,5% de las recaudaciones por las operaciones crediticias en el país fue entonces destinado a la lucha integral contra el cáncer.
Pero refirámonos a la noticia bomba de la semana: la salida del Ministerio de Defensa de Fernando Cordero, hombre de confianza de Correa que ha desempeñado importantes cargos, y la llegada de Ricardo Patiño, de mayor confianza y de mayor versatilidad, si se toma en cuenta que a sus cuatro cargos anteriores suma el de dirigente de base de AP.
¿Su llegada pacificará las aguas o las agitará más? Los más pesimistas ven que este funcionario radical -que cree en la necesidad de comités de la revolución al estilo venezolano y que considera que un puntal del chavismo ha sido el apoyo de los sectores comprometidos de sus Fuerzas Armadas- caminará en ese sentido. Pero, más allá del azuzamiento de las diferencias entre tropa y oficiales, esa parece una misión imposible.
No dan los tiempos, no dan los recursos, no da la contextura de las FF.AA. nacionales. Aparte del intento de la ex ministra Ma. Fernanda Espinosa de buscar un alineamiento al menos teórico de los militares con el proyecto de AP, y de un panegírico pronunciado por un oficial condecorado por el Gobierno, es difícil pensar que la consigna militar en el país se vuelva, tal como en otras latitudes, ‘Patria, Socialismo o Muerte, Venceremos’.
El Gobierno tiene varios frentes delicados que limitan su espacio de maniobra. Los militares han perdido, en buena hora, su dirimencia política, pero mantienen su peso en función de su razón de ser. Conviene aflojar esa tensión, pero la mayoría de veces los designios políticos desafían a la lógica.
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