Quizá es el peor momento para reflexionar sobre el dilema que muchos se plantean de modo ingenuo asociando los males del balompié a los de la patria y los colores a los sueños.
El fútbol nada tiene que ver con la patria. Aunque la narrativa no siempre acompañe esta lógica. Lo primero que cabe establecer, y desde allí nacen esas relaciones, es la asociación de un partido de fútbol con una batalla, en muchos casos aquella de la victoria o derrota final. Puro sentimiento.
Si, como narra Eduardo Galeano -escritor uruguayo que tiene dos deliciosos libros sobre el fútbol- la alusión a patear la cabeza del enemigo decapitado nos remonta a épocas pretéritas de guerras y disputas feroces, encontramos explicaciones.
Además el lenguaje bélico se emplea en las interpretaciones técnicas deportivas y con mucha frecuencia y hasta el lugar común, en las narraciones de los partidos.
La cancha se tiene muchas veces como un campo de batalla. El terreno parece estar minado. Los defensas, pues eso, defensas; los delanteros: atacantes, arietes, bombarderos; los disparos, pueden ser misiles, o morteros que perforan la muralla enemiga.
El lenguaje bélico se acompaña desde las tribunas con arengas, bombos y estandartes y los colores no solo se lucen en las camisetas y las banderas. Las divisas se reproducen en las pintadas de rostros guerreros, como si de viejas tribus y ejércitos se tratara. Los gorros muchas veces rememoran símbolos de poder y liderazgo. El jugador que más influye y tiene ascendente entre su tropa en aquel campo de batalla es capitán; el técnico, estratega (claro, no todos son ganadores, los hay perdedores natos).
Y así, sin pensar mucho, con pasión más que razón, se vive (vivimos) desde los graderíos los 90 minutos de un tiempo siempre relativo. Si el equipo del que el aficionado o fanático es partidario no anota, el tiempo pasa rápido en la primera fracción y corre sin parar cuando arranca la segunda etapa del partido. Si el equipo rival convierte, esas manecillas corretean a todas velocidad y siempre el corazón late al límite.
Al finalizar la jornada, la alegría total, que siempre vuelve, o el pozo de la decepción.
Así, uno y otro partido , una y otra etapa. Gloria y festejo o silencio abismal.
Para Fernando Carrión- estudioso, escritor de fútbol y aficionado confeso, la pasión del equipo preferido es mayor que aquella que despierta la selección del país.
Para los que acompañan a la selección supone un momento especial. En el estadio se mezclan, por ejemplo, liguistas con barcelonistas, emelecistas o auquistas y durante 90 minutos apartan ‘odios’ irrenunciables para vivar al equipo nacional. Hasta que…
En la historia de viejas frustraciones que rompieron las selecciones dirigidas por el ‘Bolillo’, Suárez o Rueda, que no alcanzaron el ‘Pacho’ o Sixto Vizuete, esta última batalla ya no cuenta. El seleccionador se va con la bolsa llena y la derrota a cuestas, ojalá sea la última de este 2017. Y la gente de la patria se siente lastimada, pero al fin y al cabo el fútbol no es la patria, menos mal…