La democracia liberal es el menos malo de los demás sistemas políticos. Mejor que la monarquía, superior a las dictaduras y a las tiranías, incluso a las que se ejercen en nombre del pueblo. No es comparable con los fascismos o los comunismos. Con frecuencia, ha sido victima de las revoluciones que la han convertido en parapeto para acceder al poder y perpetuarse en él, al punto que despotismos como el cubano no han dudado en llamarse, en ejercicio del mayor cinismo histórico, “democracias populares.”
La democracia está aquejada por varias patologías que propician el retorno de los redentores y el regreso a la magia política.
¿Cuáles son las principales patologías de la democracia?
1.- Las condiciones del electorado.- 1.1.- La masa crítica de la democracia, su materia prima, es la gente, la ciudadanía. Esto porque, en teoría, el poder radica en el pueblo, y éste designa a sus mandatarios a través del voto. El pueblo, sin embargo, no es una entidad concreta, no es un sujeto político, no es una conciencia colectiva. Es una hipótesis útil para articular y legitimar el poder, construida a partir de un conglomerado inorgánico de individuos que, cuando se les llama, concurren a elegir a los candidatos que se les pone al frente, y que son personajes que han promovido sus carreras con discursos que apelan a la emotividad, a la pasión y a la redención, sin explicación de los métodos y los “cómos” de tal redención. Casi nunca se discute un plan de gobierno sustentado, de modo que no existe un “pacto de lealtades” sobre asuntos objetivos y posibilidades concretas.
1.2.- La mayoría de los individuos del conglomerado llamado pueblo, carece de los elementos de juicios suficientes y necesarios para elegir temas a veces complejos. En general, son personas que trabajan, sobreviven, lidian cada día con la realidad y sus limitaciones. Sus niveles educativos son diversos, y con excepciones, precarios; salvo los militantes, que no son mayoría, los demás son receptores pasivos de las ofertas, espectadores de las disputas y de los escándalos; cala en ellos la retórica, y la demagogia enciende sus esperanzas. El pueblo, antes que actor político informado, se ha transformado en público espectador.
2.- La calidad de los dirigentes.- Es curioso y paradójico: la democracia al uso no exige que los candidatos cumplan con ningún requisito académico. Para gobernar el país, el cantón o la provincia, no deben acreditar carrera ni experiencia política, administrativa o profesional. Sin embargo, el Estado es la realidad más compleja del mundo. La economía no puede manejarse intuitivamente, ni condicionarse a una ideología y, menos a un discurso. La legislación, en el Estado de Derecho, es una ciencia que requiere mucha especialización y pleno conocimiento de sus fundamentos y límites. La administración, por cierto, es muy compleja. Y son los dirigentes que merecen la confianza de los electores quienes deben gobernar, no sus asesores o dependientes. El carisma y la popularidad no deben sustituir a la Política como sistema ilustrado de gobierno, tampoco el ejercicio del poder puede consistir en una sucesión de golpes de efecto para mantener al alza los resultados de los sondeos. La calidad de la democracia auténtica depende de la concurrencia de la calidad de los dirigentes y de la calidad de los electores. Y depende, por cierto, de que exista una pedagogía sincera del sistema, que apunte a formar y a informar objetivamente.
3.- Los sondeos y la saturación de la propaganda.- La propaganda fue uno de los grandes inventos del poder, destinada a influir y a formar, o a deformar, a la opinión pública, a convencer al electorado, a construir imaginarios, a endiosar personajes y propuestas, o a satanizar al adversario. Ya sea que la propaganda se la haga desde el poder, o desde la oposición, su objetivo no es informar, su finalidad es condicionar emotivamente la conducta de sus destinatarios, vender adhesiones o repudios, y, en definitiva, obtener votos. La propaganda sigue las mismas pautas de la publicidad, más aún, es una forma de publicidad cuyo material es político, eso explica que se construyan imágenes de bondad o de maldad absoluta, de bien supremo o de desastre. El problema está en que la democracia está condicionada por las lógicas de un sui géneris “mercadeo de felicidad”, y sus dirigentes se van convirtiendo en opciones comerciales. Los sondeos, que han reemplazado a la racionalidad política, “tiranizan” a los dirigentes, y hace que se adopten, o se ofrezcan, las más descabelladas soluciones a los problemas del país, sin mencionar las fuentes reales de financiamiento de los servicios u obras. Los sondeos, y tras de ellos la consigna de ganar, han pervertido a la democracia.
4.- La ausencia de tolerancia y el endiosamiento de las mayorías.– La ética de la democracia liberal radica en la tolerancia, que concede a todos la posibilidad de decir su verdad, que obliga al respeto a las minorías, que señala límites al poder, que hace posible la oposición. Si el sistema se basa en la libertad de elegir, es indispensable la competencia en igualdad de condiciones para influir sobre el electorado. Esto no es posible si prevalece la intolerancia, el fundamentalismos de unos y de otros. De allí que, en sistemas deformados, el debate sea imposible, y que la acción política se agote en discursos que no admiten réplica, en actos de masas, en propaganda, en la rotunda afirmación de ideologías que se convierten en religiones laicas. A esto se agrega el endiosamiento de las mayorías y la sistemática descalificación de las minorías, a las que se les priva de todo derecho.