Nada nuevo en AP. En Esmeraldas se ratificó que su prioridad era ganar votos sin miramientos sobre los medios y que el verticalismo era su dirección. El Presidente ya antes anunció las decisiones; la Asamblea sirvió de ritual de aprobación y legitimación. ¿Cómo debatir con 2 000 personas, en pocas horas, si antes no hubo debates ni textos tratados por cada militante? Las visitas de “evaluación” de Soliz no fueron de debate real preparatorio. En AP no predomina la democracia participativa ni la interna.
La asamblea no era espacio de debate ni para redefinir la organización y “revolucionarla” o llevarla a sus ideas “originales” como querían algunos.
Siempre hay confusión en AP sobre lo que es. La minoría de militantes orgánicos y de izquierdas creen hacer la revolución y quieren una organización en serio, pero la cúpula que en realidad decide, piensa en votos e integra apoyos sin ver el color. Maquinaria electoral que ya está captada por otras tendencias. La derrota de la izquierda orgánica que busca innovación ya fue confirmada, pero ella pretende que está en el poder y que su proyecto es el gubernamental, confunde realidad y visiones.
La emergencia de ideas, críticas y autocríticas que, por primera vez, se dio luego de la derrota electoral fue interesante y vivificante pero es de minorías.
En cambio, las primeras decisiones de la nueva ejecutiva de AP ha sido la de disciplinar. Habrá sanción abajo por mal funcionamiento, primarían intereses personales ¿y arriba? La cúpula ve un problema técnico en: propaganda inapropiada, un candidato mal escogido. No ve fenómenos sociales. El elector simplemente sería mejor seducido con mejor propaganda o con un candidato atrayente. Artilugio que libera de responsabilidad a Correa que hizo de la campaña la suya, a sus directrices y aún más a políticas gubernamentales que, como valientemente apuntó Barrera, incidieron en los resultados. Esta pasión electoralista que todo define, conllevará limpieza, excluidos, marginados y autoexcluidos. Los electoralistas no quieren obstáculos para ganar votos y mejor, un candidato vendedor, la reelección. Los convencidos de izquierda que piensan en proyecto de sociedad o en un partido construido con la sociedad no tienen espacio. Pero no aparecen en el discurso, pues todos juran por Correa. Es la contradicción de fondo.
La opción caudillista de AP vive con la dinámica electoralista de masas, con su lado clientelista y demagógico, le separa de la sociedad que es diversidad de ideas y de organización.
Si AP optase por un sistema no personalista sino organizado y pensando en la sociedad, debería ir a las elecciones sin Correa. No perdería necesariamente; debe alistarse ya, foguear candidatos. Al frente, no hay contrincantes muy elaborados. El ciclo favorable a AP todavía tiene vida. Tampoco es seguro que Correa gane si persiste en su autoritarismo y propaganda sin fin.