El argumento más contundente de los que apoyan la expedición de una Ley de Comunicación y el “Consejo de Regulación” es que alguien debe controlar a la prensa. La gente se queja porque hay mucha crónica roja, demasiada farándula, poco debate, nada de cultura, exceso de violencia. Los medios de comunicación, los editores, los productores, los periodistas, saben muy bien lo que se cuestiona y sin embargo no hacen ningún cambio significativo, ¿qué pasa con los medios?
Los medios privados viven obsesionados con el número de seguidores; en la televisión, por ejemplo, los directores examinan diariamente sus audiencias y se comparan con la competencia; la medición del “rating” es la base más importante de las decisiones. Revisan minuto a minuto cada programa para determinar cuáles son los contenidos que atraen televidentes y con cuáles pierden audiencia. Pueden establecer qué clase de televidentes tienen, si son jóvenes o adultos, si son de clase alta, media o baja y hacia dónde migran cuando no les agrada el contenido. El gran secreto para mejorar la audiencia es programar lo que le agrada a la mayoría y retirar de pantalla lo que no tiene respaldo. Los medios están así sometidos a la tiranía de la audiencia. Esto nos lleva al viejo dilema: ¿Los medios pervierten a la masa o es la masa la que ha pervertido a los medios?
Los políticos conocen bien el miedo a ese monstruo que se llama opinión pública. Si el político es conocido se dice con desprecio: “los mismos de siempre”; si es una figura nueva se dice con rabia: “y éste de dónde acá, como así”. Algunos políticos descubrieron que el camino más fácil para llegar al poder es decirle a la gente lo que quiere escuchar, ofrecerle lo que es imposible cumplir. No sé si los medios aprendieron de los políticos o a la inversa, pero la fórmula es la misma.
De este problema se suponía iban a librarnos los medios públicos, porque ellos no dependerían de la publicidad y no estarían obligados a satisfacer los gustos de la mayoría para conquistar grandes audiencias, pero resulta que están más desesperados que los medios privados por conseguir “rating” y están más dispuestos que los privados para hacer concesiones a la masa; es lo que delatan los canales que están en manos del Gobierno.
Los temas fundamentales que no han merecido suficiente debate son, entre otros, la relación entre la mala educación y la mala televisión, la naturaleza y administración de los medios públicos, la posibilidad de financiar programas culturales.
El debate sobre los medios debe darse en los propios medios y en la sociedad para que cambien ambos.
Si el debate se reduce a las discrepancias o los acuerdos entre políticos sobre el uso de los medios, no cambiará nada ni cambiará nadie.