Hace menos de una década cuando se escribía sobre la importancia de los partidos políticos la lluvia de agravios era apabullante.
Una democracia plena sin partidos políticos se convierte en un sainete donde el pragmatismo gobierna sobre los principios, los lemas y frases impactantes se imponen a las ideas, la organización clientelar puede con la estructura de base. ¡Visto está!
En los dos polos opuestos de América Latina las estructuras de partidos con un concepto cerrado – aunque con matices que los diferencian – dominaron el espectro. Los 70 años del PRI, tras la revolución mexicana tenían tantos elementos nacionalistas como las proclamas de Juan Domingo Perón en Argentina, quien apelaba a las clases trabajadoras y a los provincianos que llegaban en busca de empleo a la gran urbe.
En el ocaso del siglo XX dos países del continente se cargaron a los partidos tradicionales. El dominio de Acción Democrática y Copei – social demócrata y demócrata cristiano , respectivamente – sucumbió por los propios vicios de un bipartidismo excluyente en Venezuela y alumbró la figura del caudillo militar: Hugo Chávez.
En Perú el fracaso del primer Gobierno del APRA de Alan García sumido en la hiperinflación y la demagogia y, la impotencia de los partidos de la derecha moderada y liberal fueron opacados por el fulgor del Inca Japonés que con tanta precisión como pulso letal acabó lo mismo con la guerrilla de Sendero Luminoso que con la Constitución y descuajaringó al viejo partidismo.
En el Ecuador, tras el retorno a los gobiernos civiles ideado por el triunvirato militar, se construyó un nuevo sistema de partidos que alentaba el bipartidismo. Una resolución de la Corte Suprema de Justicia eliminó la supresión de los grupos minúsculos dando lugar a la proliferación de pequeñas fuerzas y candidatos con muchos afiches y discursos y pocos votos. Así, asistimos a la muerte natural de los históricos Conservador y Liberal, la reducción a su mínima expresión del socialismo y las mutaciones en las expresiones populistas. El Partido Socialcristiano ( todavía vivo), la Democracia Cristiana y la Izquierda Democrática (socialista democrática, al decir de su fundador, Rodrigo Borja), dominaron el espectro sin que ninguno de ellos logre reelegirse.
El agotamiento del sistema encontró un nuevo Mesías populista con discurso revolucionario que cautivó a las masas. La constante crítica de la sociedad y los medios a ciertas prácticas viciadas acabaron con el sistema. Experimentados políticos de los partidos, no sin algo de razón, atribuyen ese deterioro a la prensa. La prensa se defiende reivindicando su rol: destapar aquello que el poder quiere ocultar y reclamando a los partidos y actores sociale vigor para defender la libertad de expresión, sensiblemente amenazada por un régimen que busca una guerra planetaria contra la prensa, que la quiere amordazar y verla convertida en servicio público. Democracia sin partidos es tan imposible como democracia sin plena libertad de prensa y expresión.