Partidos políticos

No hay democracia sin partidos y éstos solo pueden tener cabida dentro de regímenes democráticos. Interpuestos entre el gobierno y la sociedad, los partidos son órganos de formación, expresión y movilización de opinión pública.

El individuo aislado difícilmente puede tener existencia política efectiva o influencia en la vida pública. Solo la reunión de individuos dentro de un partido o de otra organización social puede hacer factible que la voz de los ciudadanos sea escuchada en las esferas del poder.

No se ha inventado un sistema de representación popular mejor que el que, con todas sus deficiencias, ejercen los partidos políticos. Ellos tienen o deben tener una visión universal de los problemas de un país. Las demás organizaciones —sindicatos obreros, corporaciones empresariales, grupos de presión, entidades campesinas, organizaciones no gubernamentales, nuevos movimientos sociales, etc.— representan intereses parciales y sectorizados dentro de la sociedad.

Los modernos Estados democráticos son, por eso, “Estados de partidos”, como los denomina el politólogo austríaco Hans Kelsen.

En su desarrollo histórico se pueden distinguir dos etapas: la del siglo XIX, en que se formaron los llamados “partidos de cuadros”, y la de los siglos posteriores, con los “partidos de masas”.

Distinción que obedece a sus diferencias de estructura. Los del siglo XIX no enmarcaron grandes masas sino que agruparon personalidades. Su actividad estuvo principalmente dirigida hacia las elecciones y las combinaciones parlamentarias, en el marco de una democracia muy restringida en que la participación popular estaba mediatizada.

A principios del siglo XX, cuando se abrió la posibilidad de la participación de las masas en la vida política, cambió la estructura y organización de los partidos, que dejaron de ser reductos de pequeños grupos para convertirse en organizaciones multitudinarias. La estructuración basada en el puro influjo personal de sus dirigentes pasó a ser impersonal y regida por normas generales.

La creciente complejidad de sus funciones hizo necesaria la creación de una burocracia partidista -con jerarquías, delimitación de competencias, separación de funciones, normas y reglamentos- y el sostenimiento económico del partido fue responsabilidad de todos sus miembros mediante un riguroso sistema de aportaciones populares.

En lugar de las rivalidades personales, que fueron tan características en los viejos partidos, se presentan en los nuevos las luchas de tendencias.

El programa de acción del partido ya no se circunscribe a los asuntos puramente políticos sino que se extiende hacia los campos económicos y sociales. Estos son los “partidos de masas” destinados a canalizar la participación de las multitudes en la vida política.

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