En una democracia madura, los partidos políticos juegan un papel fundamental. El pueblo, fuente primigenia del poder político, lo ejerce directamente cuando elige a sus mandatarios. Esa es la democracia representativa. La postmodernidad ha propiciado una mayor participación directa del pueblo en la conducción de la vida pública. Esa es la democracia participativa. Pero la acción directa del pueblo en el proceso participativo tiene límites naturales obvios.
Los partidos políticos son o deberían ser los instrumentos más calificados para que los criterios de la ciudadanía se conviertan en acciones de gobierno. A través de ellos, cada persona, en el ejercicio de su libertad de pensar y elegir, puede dar forma estructural y colectiva a sus ideas y organizar su acción. Los partidos deben aglutinar las tendencias más importantes del pensamiento nacional. “No hay democracia sin partidos” se ha dicho, con sobra de razón.
Cada partido, como resulta evidente, debe tener una ideología y un programa de gobierno. Las verdaderas democracias funcionan con muy pocos partidos, pues no caben ideologías innumerables.
Así organizado, un Estado funciona bien. Los partidos, al triunfar en las elecciones, aplican su programa de gobierno. La alternabilidad en el ejercicio del poder expresa madurez democrática. Así se conciben las llamadas políticas de Estado. ¿Cómo no estar de acuerdo con principios básicos como la lucha contra la pobreza, la desigualdad, la enfermedad, la injusticia, la incultura? ¿Cómo no propiciar, para todos, el buen vivir o sumak kawsay?
En el Ecuador, como en todos los países, los partidos políticos han tenido aciertos y errores. Cuando acumularon el poder y lo ejercieron abusivamente cayeron en las prácticas de la partidocracia y perdieron el favor popular. En ese caldo de cultivo nacieron los populismos, el mesianismo, el culto a la personalidad, la creencia en líderes que no se equivocan, a quienes hay que reelegir y a quienes, sin control ni censura, se les encarga la misión siempre inconclusa de refundar la patria.
Es hora de iniciar la gran cruzada de fomentar la formación de partidos políticos modernos, serios y respetables, que propicien los cambios urgentes que el país necesita, sin desmedro de la libertad y los valores democráticos. Todos debemos contribuir para que esto ocurra, pero especialmente los líderes políticos. Hay que aglutinar el pensamiento nacional alrededor de consensos básicos y tendencias respetables de opinión.
Algunos líderes han anunciado que este año presentarán un proyecto alternativo de gobierno, que servirá de base para una juiciosa, equilibrada y constructiva oposición. Si así ocurriera, harían un gran servicio a la Patria e inclusive al Gobierno, si el señor Correa aprendiera a escuchar…