En las cercanías de una nueva campaña electoral siempre será oportuno comentar otra vez sobre algunos temas. El ‘Diálogo en torno a la república’, de Norberto Bobbio y Maurizio Viroli, es una aguda reflexión conjunta sobre el destino de la democracia. No constituye una lectura improductiva o inactual. Todo lo contrario. El diagnóstico que efectuaron, basado en la experiencia europea de las últimas décadas, puede ser aplicado al proceso político ecuatoriano. A pesar de la diferencia de edad -Bobbio nació en 1909 y Viroli en 1952-, estos destacados pensadores italianos, confrontando sus diferentes realidades vitales, llegaron con frecuencia a conclusiones coincidentes: tenían la impresión, por ejemplo, de que la democracia, que “se apoya en el consenso” y que “no es el mayor de los bienes, pero es el menor de los males”, en la actualidad, como resultado de las “preocupantes tendencias populistas” que la corroen, está degenerando en demagogia, o, más aún, “en una demagogia oligárquica”.
Bobbio y Viroli realizaron una comparación entre los partidos políticos tradicionales y los partidos políticos personales. Los partidos tradicionales, que además de un líder y de una ideología (entendida como “un conjunto de principios compartidos, una cierta representación del futuro y del pasado”) tienen también “tradiciones y estructuras organizativas consolidadas”, han comenzado a ser sustituidos, con la aceptación y el beneplácito de amplios sectores de la sociedad, especialmente de la denominada clase media y de los marginados, por el ‘partido personal’. “Se trata -decía Viroli al analizar este concepto- de un partido basado en la lealtad incondicional al jefe, no a una idea, un proyecto o una utopía que trasciende al jefe”. “En el caso de los partidos personales -añadía- el partido vive para y por el líder fundador… En los partidos tradicionales la desaparición del líder no ponía en peligro su existencia”.
En los partidos personales, que cualquier ciudadano “con un mínimo de conciencia cívica debería percibir con la máxima preocupación”, como una amenaza para la democracia, el líder “posee las características del demagogo”. El análisis que efectuaron refleja, como en un espejo, nuestras propias vivencias políticas. “Las democracias -afirmaba Viroli con énfasis- son especialmente vulnerables, o proclives a producir, o a alimentar, al político vulgar. La calidad del lenguaje de muchos políticos es ínfima. El político que utiliza un lenguaje serio y riguroso suele estar en desventaja frente al demagogo que emplea los tópicos más comunes y levanta las pasiones menos nobles”. “La democracia -complementaba y ratificaba Bobbio- comporta la búsqueda del consenso popular, y por desgracia este tipo de consenso se puede obtener también con un lenguaje y un comportamiento vulgares”.