Desde hace algún tiempo ya se presagiaba la agonía de unas cuantas agrupaciones políticas, la mayoría de ellas sin sustento ideológico ni estructura popular, tan sólo con ambiciones electoreras, de tal manera que no llamó la atención la decisión del Consejo Nacional Electoral de eliminarlas de su Registro que implica la pérdida de la personería jurídica, nombre, símbolo, colores distintivos, número asignado y bienes.
Lo novedoso es que en ese rimero están incluidos tres partidos emblemáticos: Liberal, Izquierda Democrática y Democracia Popular, que marcaron hitos en la historia del país. Los tres llegaron al Palacio de Carondelet y tuvieron importante presencia en el Congreso, municipios y consejos provinciales.
El Liberalismo alcanzó más pergaminos y fue el más antiguo de los tres y de todos los partidos del Ecuador; su abanderado y figura predominante fue el general Eloy Alfaro, pese a que no terció en ninguna elección y, más bien, sostuvo que “no podían perder con papelitos lo que habían ganado con fusiles”. Hay divergencias sobre la génesis del “partido de las luces”. Una de las versiones es que en 1833 se fundó el Partido Nacional, para enfrentar al militarismo encabezado por el general Flores; años más tarde cambió el nombre a Partido Ministerial; en 1890 se constituyó el Partido Liberal Nacional y en 1925 se transformó en Partido Liberal Radical que ostentó hasta su ocaso. Sus disputas internas fueron denominador común permanente y causa de varias escisiones y del consiguiente debilitamiento.
La Izquierda Democrática fue reconocida oficialmente como partido el 5 de mayo de 1978, con el eslogan “Justicia social con libertad”; tuvo su apogeo en 1988 con el triunfo de su adalid Rodrigo Borja para la Presidencia de la República, quien se retiró de la política y del partido dos décadas después, lo que dio lugar al desmoronamiento de esa otrora vigorosa organización proselitista.
Unión Demócrata Cristiana inició su vida política bajo el liderazgo de Osvaldo Hurtado y Julio César Trujillo. En 1981 asumió el primero de ellos la Presidencia de la República por el fallecimiento de Jaime Roldós y en 1998 fue elegido Jamil Mahuad. Así mismo, con el retiro de Hurtado por divergencias internas comenzó el descalabro del partido.
Los tres partidos cumplieron sus respectivos ciclos, durante los cuales fueron artífices y guías del destino del país, con sus aciertos y errores, pero sus nuevos dirigentes no estuvieron a la altura de las circunstancias y sucumbieron ante las pugnas los ataques de fuerzas externas empeñadas en el exterminio de la tan vilipendiada partidocracia, cuyas virtudes y pecado persisten con creces. El nombre, el ejemplo y la obra de dichos partidos perdurarán en la historia de la patria.