La crisis política e institucional que afecta actualmente al Ecuador no es ajena de lo que sucede con las organizaciones políticas. Buena parte de esta crisis se origina en la pésima calidad de representación.
Si tuviésemos entonces mejores cuadros, el funcionamiento de la democracia sería mucho mejor. No tendríamos esa especie de malestar y cansancio que proviene de la política. Esta tendencia se podría revertir en algo, optimizando el funcionamiento de las organizaciones políticas.
Uno de los problemas que tenemos en el Ecuador no solo es el alto número de partidos y movimientos políticos, sino que, muchos de estos, para poder mantener su registro ante el Consejo Nacional Electoral (CNE), recurren a prácticas cuestionables que terminan por minar aún más a sus propias organizaciones. Una de esas prácticas es lo que se conoce como “partidos de alquiler”.
Esto pasa generalmente en organizaciones políticas débiles. Al no tener cuadros y candidatos que puedan asegurar un resultado, ponen en “alquiler” el partido a personalidades o figuras fuertes. Aunque esto le puede permitir a la organización mantener su registro, generalmente el político termina por hacer luego lo que le viene en gana, tomando posiciones distantes a los principios y posturas programáticas. En el caso de que ese político fracase en su gestión como autoridad o cometa actos de corrupción, afectará sensiblemente a la imagen del partido.
En toda democracia representativa las elecciones tienen un papel clave. Cumplen un papel de “control” o “accountability”. Las elecciones sirven entonces para hacer responsables a los gobiernos de los resultados de sus acciones pasadas. Si un partido se pone en alquiler, ¿quién se hace responsable? ¿Cómo premia o sanciona el votante?
El próximo año tenemos en Ecuador elecciones subnacionales. En el caso de Quito solo dos de los 12 precandidatos a la alcaldía pertenecen al partido que les auspicia. Abundan entonces los partidos de alquiler. ¿Con esta crisis de representación qué nos espera como ciudadanos y como país?