Con las banderas del cambio y la revolución, llegaron al poder hace una década una serie de grupos cobijados por el color verde flex.
Era la combinación del ‘pantone’ más efectivo que los expertos en publicidad extrajeron de las campañas más impactante.
Los colores debían impregnarse en la memoria, generar esperanza y paz. Fue curioso que al chasquido del látigo esos colores que se eligieron desde el mercadeo, fueran compatibles con la imagen de un líder nuevo llamado a convertirse en caudillo de un proyecto que cautivó a las grandes mayorías. Bajo esas banderas, colores y palabra envolvente se agruparon los sectores progresistas que rara vez antes habían cobrado protagonismo nacional.
Llegaron para promover la defensa de la naturaleza pero liquidaron la opción Yasuní y combatieron a los promotores de una consulta popular al punto de bloquearla por la vía de su poder controlador en el organismo electoral para extraer crudo en una zona del Parque Nacional.
Ofrecieron ampliar la participación ciudadana y secuestraron una función del Estado bajo la égida de aquel mismo grupo gobernante cerrado y excluyente.
Hablaron a nombre de diversidad y apartaron al distinto, al discrepante, restringieron la vigorosa presencia de sectores sociales que habían ganado espacio en el concierto nacional no sin esfuerzo.
Y, criticaron a lo que bautizaron de ‘partidocracia’, satanizaron la existencia de los partidos y la expresión plural de las ideas que circulan en la sociedad para casi desaparecer a varias organizaciones que tuvieron su rol histórico, especialmente aquellas que protagonizaron la vida nacional desde el retorno a los gobiernos civiles tras las dictaduras militares de los años 70.
Hablaron de manos limpias, cuando la realidad nos entrega día a día la foto de un panorama de actos consecutivos de supuesta corrupción, coimas y negociados con varios altos cargos de personajes privados de libertad, enjuiciados y prófugos.
Y esto para nada supone ocultar, menos sepultar ni desconocer los logros en materia de infraestructura y ciertos avances en la lucha contra la pobreza innegables. Faltaría más, para eso se eligen los gobiernos y el que más recursos económicos tuvo en la historia nacional dejó su huella. Costosa obra pública, eso sí, pero algo queda. Ese legado no se desconoce pero la polarización sembrada como veneno desde el mismo acto antidemocrático de impedir que actúen los legisladores elegidos e inventarse el bochornoso bloque de los manteles no debe olvidarse aunque entonces muchos callaron o fingieron ceguera.
Al cabo de una década el movimiento oficial devino en una nueva ‘partidocracia’ con vicios aumentados y acaso peores que aquellos que justificaron su triunfo inicial.
Hoy el ejercicio del poder sin alternancia, las denuncias de corrupción y el destape antes tantos años de autoritarismo los descompone desde sus entrañas. Hará falta, y pronto, otra cirugía mayor.