La dirigencia de Alianza País (AP) ha optado por reinscribirla no como partido sino como movimiento político. Aparentemente los miembros de base no aceptarían la idea de un partido. A pesar del hecho que no ha habido participación a ningún debate de los militantes de base, ni siquiera de dirigentes provinciales que ignoran los debates de la cúpula, se puede imaginar que la palabra partido no sea bien vista en AP. Es muletilla hacer de los partidos el chivo expiatorio de todo mal, sin diferenciarlos.
El candidato Correa hizo su imagen de a-político porque no era de un partido; ni presentó candidatos al Congreso para no parecerse a un partido y así ganarse la adhesión de una población que asimiló su desgracia a los abusos de algunos partidos. Pero ahora se trata de construir un sistema político.
Escoger entre ser partido o movimiento no es, por lo mismo, sin importancia. En teoría, si bien las diferencias entre lo uno y lo otro son mínimas, y la ley luego de dos elecciones prevé que el movimiento sea partido, lo que está en juego es el tipo de organización política que sería AP en la sociedad ecuatoriana. Una organización con claro proyecto, programa e identidad ideológica, con procedimientos e instancias de decisión y participación de sus miembros claramente definidos o, simplemente, un conglomerado de personas y organizaciones que apoyan un candidato ganador, es decir una base de apoyo personalista, que cambia de dirigencia según las conveniencias del momento, que considera miembro a uno u otro, o hace de una idea parte del programa o no según lo que la cúpula define para el juego político.
El tipo de organización cuenta más que el nombre, al límite puede llamarse movimiento pero tener una organización bien definida y estructurada, en la que funcionen las exigencias de democracia interna que pide la ley y la ética. También, hay partidos pluralistas, con diversas tendencias, por sus visiones o por ser organizaciones que adhieren a su programa, pero tienen organización definida, no son instrumentos caudillistas.Tienen una base ideológica compartida entre la multiplicidad de miembros y visiones diferentes.
Pero en los hechos, la cúpula de AP optó por seguir con la imprecisión actual que permite lo arbitrario, que ha funcionado por la entrega e ilusión de los militantes sociales y políticos y por el peso de la imagen de transformador de Correa. ¿Cuánto tiempo durará todavía esto? AP está desperdiciando su legitimidad y queda en deuda con el país de contribuir a la organización de la vida política, empezando casa adentro. Pierde también la militancia que se limita a recibir mandatos y ser funcional al poder. Donde manda capitán no manda la democracia, menos aún la democracia interna. Pierde la gente orgánica que cree en proyecto y ganan los pragmáticos del poder.