El paro nacional comenzó con fuerza. Los trabajadores se habían movilizado los días anteriores para promover la participación de toda la ciudadanía.
En Quito, dos asambleas ciudadanas reunidas el 10 de agosto, que al final se juntaron, resolvieron participar activamente en el paro nacional, apoyar sus planteamientos y recibir a quienes venían en marcha desde las provincias.
Después de días de recibir el apoyo de los pueblos, las marchas de los indígenas, a las que se sumaron todos los sectores sociales, llegaron a Quito desde el norte y el sur. Fueron recibidas por la gente de la capital que les saludaba y entregaba espontáneamente botellas de agua, cobijas y alimentos. Ayer había un ambiente de movilización en todo el país, que se incrementó con el nerviosismo, las amenazas e insultos del Presidente de la República y el Gobierno.
Desde las primeras horas de la mañana se constató que el paro iba en serio. No era una manifestación más, sino un acto nacional de protesta y paralización de actividades. Quito, Guayaquil y otras ciudades amanecieron con limitaciones de tránsito y con reducido transporte público. Mucha gente se sumó al paro cerrando su negocio o dejando de ir a laborar. Los que fueron obligados a hacerlo, se preparaban para ir a la gran marcha de la tarde.
En muchos lugares se izó el tricolor nacional, para demostrar que la bandera patria no es instrumento de propaganda del despotismo.
Se oyeron cacerolazos y pitazos de autos. En las calles se hicieron manifestaciones espontáneas, se quemaron llantas y se interrumpió el tránsito sin violencia. La represión vino del Gobierno. Hasta los choferes, que se dice son correístas, expresaron su rechazo al régimen.
Al mediodía del 13 de agosto, cuando escribo esta columna, es indudable que el paro se ha dado con gran fuerza. Y en todo el país. Pese a sus desesperados y desproporcionados intentos de hacerlo fracasar, el régimen y el autoritarismo son los grandes derrotados de la jornada. Las amenazas y la cooptación no lograron hacer retroceder a la gente. En Quito, a pesar del esfuerzo de la Alcaldía metropolitana por complacer al Gobierno e impedir el paro, la ciudad expresa su masivo rechazo al régimen y la demanda de archivo de las llamadas enmiendas constitucionales y otras leyes, el fin de despotismo y la corrupción.
Cuando nos aprestamos a participar en todo el país en una de las grandes marchas de las últimas décadas, está claro que, contra el nerviosismo y la rabia de Correa, el país se paró en su rechazo. Lo hizo masivamente y en paz, pese a las provocaciones.
Frente a un gobierno en caída libre, histérico y agresivo por la reacción popular que no puede detener, se paró un pueblo que es rebelde, no violento, para dejar un mensaje: El despotismo, el fraude, la corrupción, la manipulación, no pasarán.
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