Paranoia cibernética

La mirada ágil, rápida, curiosa, insistente, se sumerge una y otra vez en la pantalla luminosa; la boca medio abierta, el pensamiento absorto en una sucesión de coloridos íconos, que obnubilan, estresan, angustian, que espantan al entorno próximo; los pulgares veloces aprietan mandos y teclas, escriben con gran soltura en un idioma extraño pero legible; apuran llamadas y contestaciones, mensajes o juegos, en los que les ahoga la cultura cibernética; están encarcelados en la paranoia de este tiempo, ya no miran a los ojos, peor al cielo, están abstraídos de la realidad sin que les importe dónde están o quién se encuentre a su lado.
Ese es el fenómeno cotidiano del que somos testigos, a toda hora, dondequiera que estemos, en el hogar, en la calle, en las reuniones, en las aulas, en todas partes; especialmente, lo percibimos en las generaciones más jóvenes que ostentan cierta superioridad mientras más sofisticación exhiben en sus electrónicas posesiones.

La famosa TIC (Tecnología de la Información y Comunicación), impulsada por la ciencia -un indicador de progreso de los pueblos- nos recuerda a Alfred Nobel quien, luego de inventar la dinamita y de producir otras armas letales, mirando el incalculable daño que causan a la humanidad, impulsó el premio que lleva su nombre, a fin de que se intercediera por la paz, en contra de la guerra.

Así son los grandes inventos del hombre: surgen como respuesta a las necesidades humanas pero no miden los daños -llamados “colaterales”- que provocan, al no percatarse de que los individuos deberían servirse de ellos y no lo contrario: la gente se esclaviza, con facilidad pasmosa, a aquellos aparatos que nublan su razón, su entendimiento y, contrario a su objetivo, destrozan la comunicación, el diálogo, pretenden acercar a los que están lejos pero ¡alejan a los que están cerca!

Qué no decir de las manoseadas “redes sociales” -que de sociales no tienen nada-, son el desaguadero de tristes protagonismos: soledad, tristeza, angustia, desengaño, ansiedad, depresión. Surgen contiendas -y hasta ‘rankings’- de amontonar “likes”, de tener más “amigos”, de arranchar una aprobación social –mal interpretada por cierto- a esos canales de comunicación, en los que se oye gemir: “Aquí estoy, sí existo, tómenme en cuenta”.

El hecho de la paranoia cibernética en nuestra sociedad no pasa desapercibido. Lo sentimos como una súplica de auxilio, como un clamor por la falta de atención, por la ausencia de amor en una generación que busca comunicarse, que apetece protección, guía y cuidado; que ansía reglas, normas, que les permita utilizar su libertad pero con responsabilidad; es un sórdido grito por su abandono, donde la irreverencia ha carcomido el valor del respeto, donde la buena formación, en la insustituible escuela familiar, la ha proscrito el equívoco aprendizaje que proporciona la “red”.