Construyeron un paraíso. Un país hecho a su medida que aplaudía, sin hacer preguntas, todo lo que ellos hicieran. Fueron diez años verdaderamente maravillosos que solo podían llamarse de una manera: “la década ganada”.
Era un mundo generoso y bueno donde ningún exceso tenía consecuencias: se gastaba lo que sea y se perseguía a quien fuera sin que nada malo ocurriera y sin que alguien apenas chistara. El que se atrevía a protestar era mandado a callar en nombre de la condición moral superior que decían ostentar.
Porque durante diez años seguidos, ellos solo lograron nuevos y mayores triunfos; solo alcanzaron cotas más altas de excelencia, en todos los ámbitos imaginables. Por eso fuimos ejemplo para el mundo en tantas y tantas cosas. Pero, de un momento a otro, ese paraíso se desvaneció. Aparecieron denuncias de corrupción, largas listas de obras mal hechas y sobrepagadas. Exaltos cargos del régimen comenzaron a huir o a ser encarcelados. La gente ya no se mostró tan dispuesta a seguir aplaudiendo…
Todo esto no puede estar pasando, parecen decirse a ellos mismos. Hay que recuperar el paraíso perdido, ese de las mentes lúcidas y los corazones ardientes coreando “¡Patria, tierra sagrada!” a todo pulmón.
Por eso aseguran que el líder máximo de la “revolución ciudadana” retornará al país. ¿Vendrá a poner en orden las cosas dentro de su tienda política? ¿Bastarán unas expresiones altisonantes para que todos se pongan en vereda, como antes?
Tal vez, solo por esta ocasión, la presencia adusta del gran líder no sirva de mucho. Tal vez sea porque ha perdido el favor de los dioses. Pudiera ser que ahora ese gran líder visionario se ha convertido en apenas un mortal más y ya no sea el dueño de las llaves del Olimpo. ¿Por qué los dioses crearon el paraíso si después nos lo quitarían? ¿Por qué nos dieron tanto poder si después nos lo arrebatarían? Talvez esas preguntas ronden con insistencia la cabeza de quienes disfrutaron tanto de aquella década de despreocupación y autocomplacencia.
El mundo terrenal es hosco e implacable. En él solo se habla de pérdidas y de cuentas por pagar; de delitos cometidos y amenazas de cárcel. Los puños en alto y las palmadas de felicitación se han convertido ahora en acusaciones mutuas y reproches.
Ese mundo terrible, erizado de proyectos fallidos y cifras en rojo, no es para los revolucionarios que se acostumbraron a codearse con Simón Bolívar y Eloy Alfaro. El prospecto incómodo de enjuiciamientos y cárcel no es compatible con el horizonte de homenajes perpetuos que ellos idearon para sí mismos.
Hay que cambiar esa realidad y volver al paraíso de antes, parecen decirse a sí mismos. Pero ese paraíso ha desaparecido para siempre; no volverá jamás.
@GFMABest