Tayip Erdogan es sin duda uno de los grandes políticos de nuestro tiempo. Hábil como ninguno, y con talento especial para hacer muy buenas jugadas en el ajedrez mundial. Hace apenas 10 años, Turquía era un país hundido bajo la égida de los militares y absolutamente ignorante de su importancia geoestratégica. El Ejército había secuestrado no solo el sistema político, sino también las posibilidades electorales de todos los políticos reformistas. Tayip -hasta 1998 alcalde de Istambul- ganó notoriedad por su eficiencia en el manejo de la ciudad y, por su compromiso con una nueva Turquía. Por ello fue perseguido, silenciado y momentáneamente encarcelado. Pero ese fue el peor error de la élite militarista, porque entonces su figura creció como la espuma, hasta ganar las elecciones en el 2003.
No hay que ser adivino para colegir que cumplió su promesa. Limitó el poder de los militares, ganó la suficiente mayoría en el Parlamento y concentró el Poder Judicial. En sus primeros años, Turquía dejó de ser una potencia atada a los deseos o estadounidenses o europeos. Tuvo una excelente relación con estas dos potencias, pero sin doblegarse. Su posición fue tan admirada que asumió el liderazgo regional con fuerza, con un mensaje de panarabismo y democracia que había palidecido por esos días al lado de los tiranos de la zona. Turquía estaba más dispuesta que nunca a luchar por un sitio en la Unión Europea, con una imagen moderna y democrática y se movía como un pez en el agua en toda clase de negociaciones internacionales. El pico alto de su fama lo obtuvo cuando tuvo la fuerza y la decisión de desafiar a Israel y defender los barcos que llevaban ayuda humanitaria a Palestina en el 2009.
Pero la historia de Tayip Erdogan es toda una paradoja. Y el lado oscuro de la misma ha hecho que su luz regional y el entusiasmo internacional que generó sus primeras iniciativas terminen por opacarse completamente. Tayip no se conformó nunca con ser el líder más popular que ha tenido Turquía en los últimos tiempos.
Hace más o menos tres años, empezó una persecución agresiva a todos quienes publicaban críticas a su gobierno. No se salvaron ni blogueros esporádicos. Utilizó los mismos aparatos de inteligencia de los que antes había sido una víctima para espiar y acosar periodistas. Y hoy, mantiene 97 periodistas encarcelados. No ha habido poder en la tierra que lo haga desistir de esta campaña que ha terminado con todo el prestigio ganado en años de posicionar a Turquía como un eje del mundo árabe. Tanto ha perdido que, en la última cumbre “Amigos de Siria”, dejó de ser relevante, a pesar de que había sido uno de los instigadores de la misma. Sus abusos han despertado a todo un movimiento nacional e internacional por la “libertad de pensamiento”, mientras su imagen de reformista se diluye cada día que pasa.
Por cierto, Ecuador será bienvenido en Turquía. De eso no cabe duda.