Yo y el tiempo: esa paradoja

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Cada primero de enero el mundo celebra el advenimiento de un nuevo año, festejamos la continuidad de la vida, el simbólico triunfo de haber burlado al tiempo. Los aniversarios son hitos para la memoria de los hombres, mas no para el tiempo que es continuidad pura. Cada día que pasa nada cambia y todo cambia a la vez. En realidad no sabemos qué es el tiempo. San Agustín decía saber lo que es el tiempo mientras no se lo pregunten. Y reflexionaba: si nada pasa no habría tiempo pasado y si nada existiera no habría tiempo presente. Si hablamos del tiempo lo hacemos siempre desde nuestra experiencia subjetiva.

Mi conciencia es el tiempo, un enigma de la existencia. No hay conciencia sin temporalidad y no hay existencia sin conciencia que la refleje. Somos tiempo y, como tal, sustancia deleznable: una vez que pasa, pasamos; una vez que caduca, caducamos. Perenne solo será nuestro deseo de permanecer incólumes, una roca a la orilla del río de Heráclito. Alargar el instante que vivimos es nuestro diario combate y repetida derrota. Glorificar el presente es salvar esto que nos torna más humanos: la libertad que la muerte niega. Lo único que alcanzaremos será rememorar un sueño y evocar un recuerdo: la nostalgia, esa escoria que segrega el tiempo.

Si muchas cosas fui, otras no llegué a ser; si fui claridad alguna vez, otras fui noche. No pude ser aurora ni tampoco estrella, ni águila, ni brújula. La hora de la crisálida no es aquella de la mariposa. De muchas decepciones y pocas satisfacciones está hecha la vida. De los múltiples rostros que guarda Proteo, solo nos queda la sensación de lo inasible, ese aletazo del tiempo, ese temblor de la memoria.

Mi yo es una memoria activada. Mientras más tiempo, más conciencia. El olvido es el extravío del tiempo, el vacío de las percepciones, el agujero negro de los recuerdos. En el subjetivismo más extremo el tiempo existe por la conciencia del ser humano. Bien puedo decir entonces: Soy el tiempo porque asumo todas las formas de lo temporal: este instante en el que me percibo es el presente; los recuerdos que me agobian son el pasado; mis ansias de persistir y ser libre: mi porvenir. Mi razonar es la linealidad del tiempo y la experiencia que me retroalimenta, la circularidad del tiempo. Solo falta la eternidad que es negación de lo caduco. Y lo único que está más allá de lo efímero es la palabra, el Verbo que ha estado desde el principio y lo estará hasta el final.

Quizás seamos una síntesis del imparable fluir del tiempo y de la terca persistencia del ser. La conjunción de los contrarios; la increíble armonización de las discordias. Un absurdo en potencia. Una síntesis de Heráclito y Parménides. Un perpetuo asirse entre el “soy” y el “fui”. Navegamos entre la ilusión y la desesperanza. Lo que nos queda como resaca es la angustia.

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