Perversa es palabra cuya acepción más conocida exige una interpretación en contexto que no solemos afinar. La hemos dotado de significados que la convirtieron en palabra perversa, aunque su etimología la redima: originada en verter, ‘derramar’, su sentido inicial es el de ‘trastornar’. El DRAE la define: ‘que corrompe las costumbres o el orden y el estado habitual de las cosas’.
Uno de los más conspicuos y sabios exrectores de la Católica, Hernán Malo González, llamó a la universidad “institución perversa”. ¡Raro don, este, de expresar en una frase toda una historia de vida personal o institucional, de siglos de trabajo y de afán! ¿En qué sentido resumen estas palabras, como lo pretendió el inolvidable maestro, el significado del quehacer universitario?
Los llamados a comentar o esclarecer la situación universitaria la han empleado, viniera o no a cuento, y hoy, cuando cada día nos sorprende y enfrenta a las evidentes y trágicas debilidades de lo universitario ecuatoriano; cuando ‘caen’ muchas universidades y sus extensiones; cuando se les exige una profunda autoevaluación y se las somete a constante valoración externa y, todo hay que decirlo, cuando se condiciona su continuidad al cumplimiento de medidas casi imposibles de satisfacer en el mediano plazo, ¿en qué sentido vivimos esta supuesta condición? Ayer y hoy, en la interpretación de la misión universitaria como la de la ‘sede de la razón’, la calificación citada es, en principio, injusta; pero ha de rescatarse, porque la labor de trastornar y de ir ‘contra el orden habitual de las cosas’ que se le atribuye es positivamente humana.
Si la universidad tiene un destino, este es el de la duda y la crítica; el de la transmisión de conocimientos y nociones intelectuales y morales que nos obliguen a enfrentar las carencias y mentiras del orden constituido, como también sus posibles virtudes. Conocimiento, estudio y reflexión sin los cuales no saldremos del limbo intelectual, moral y estético en que vegetamos.
Las sociedades que constituimos no son ideales, tienen todos los defectos atribuibles a la condición humana: la capacidad de equívoco, la búsqueda egoísta del bien individual, la injusticia flagrante. Si la universidad procura a los estudiantes el bagaje crítico que les hace ansiar la corrección y el perfeccionamiento de la sociedad, a base de reprobar lo reprobable, de vivir autocríticamente tanto como vertidos al conocimiento y a la procura de cambio en aquello que, sincera e inteligentemente, aceptan que debe cambiar en el entorno familiar, social y político, convendremos en que la universidad, por definición y por destino, es una institución perversa, trastornadora, que quita comodidad a los que imaginan que la existencia, tal como es, no admite reprobación ni detracción .