Juan XXIII es recordado como el “Papa bueno” por su especial cuidado para con los más vulnerables. De nombre secular Angelo Roncalli, era de origen campesino y dueño de un humor proverbial. Cultivó en su vida relaciones ecuménicas e interreligiosas. Durante la II Guerra Mundial ayudó a salvar a miles de judíos y fue nombrado nuncio en París ante el gobierno provisional del general De Gaulle en momentos en que la iglesia francesa debía purgar su colaboracionismo con Vichy.
Como patriarca de Venecia, tuvo especial dedicación por los más pobres y marginados. Escribió históricas encíclicas. Convocó el Concilio Vaticano II, el acontecimiento eclesial más importante de los últimos siglos. A su muerte, dejó la conducción de la gran asamblea romana en las sabias manos de Pablo VI, el papa de la modernidad.
Junto a Juan XXIII se canonizó a Juan Pablo II, Karol Wojtyla, tuvo el tercer pontificado más largo de la historia de la Iglesia. Poseedor de un carisma extraordinario, no temió usar los nuevos medios de comunicación y darse con las multitudes. Salió al encuentro del mundo como viajero incansable. Visitó 129 países. Al igual que Juan XXIII, alzó su voz en defensa de los más pobres. El diálogo ecuménico también fue como con el “papa bueno” una de las prioridades de la Iglesia. Rezó en Asís, junto con los líderes de otras religiones y, en Jerusalén, frente al Muro de los Lamentos.
A diferencia de Juan XXIII, Juan Pablo II puede ser también recordado por la inflexible defensa de sus concepciones doctrinales. Condenó a teólogos de la liberación y prohibió a Hans Kung enseñar teología católica. Formó un colegio de cardenales de pensamiento único y una curia monocromática. Acaso una de las más problemáticas cuestiones de su gobierno fue su modo de proceder frente a los casos de sacerdotes abusadores. Fue una omisión grave no haber condenado al fundador de los Legionarios de Cristo, el mexicano Marcial Maciel, de conducta escandalosa.
Cuando la Iglesia proclama santos pone en evidencia las virtudes heroicas de ciertas personas y proponerlas como ejemplos. Los católicos se engañarían si creyeran que se canoniza todas sus acciones. No todo lo hecho por los santos puede ser acertado. Juan Pablo II fue presa de una visión cerrada, especialmente cuando envejeció rodeado de una férrea corte vaticana, y el “Papa bueno” fue un fatal administrador.
La canonización de Juan Pablo II era un hecho juzgado al asumir Francisco, el deseo de la mayor parte de la curia y de una multitud de feligreses. Al canonizarlo, la Iglesia reconoce su total entrega a su misión. No canoniza sus errores. Quizá para marcar esto, Francisco quiso que a la canonización casi obligada de Juan Pablo II la acompañara la de Juan XXIII, como muestra de pluralidad. El mensaje podría resumirse como una invitación a los fieles a tener el celo apostólico y la entrega infatigable del “Papa viajero”, acompañados de la bondad y apertura del Papa bueno. Traza Francisco con este mensaje también el ideario de su propio papado.