Más allá de la ideología de Jorge Mario Bergoglio, que corresponde a su fuero más íntimo, ha sido evidente el silencio cómplice que como cabeza de la Iglesia Católica ha guardado estos últimos tiempos frente a los actos criminales de dictaduras como las de Nicaragua y Venezuela, y también de sus amigos que gobernaron hasta hace poco tiempo Argentina, Ecuador y Brasil.
Si Bergoglio es de extrema izquierda o si varios papas anteriores fueron de extrema derecha en realidad no debería importarle a nadie, a menos que esa ideología interfiriera o contradijera los preceptos cristianos que constituyen la base apostólica fundamental de los sumos pontífices en sus correspondientes períodos.
Se dice que durante la Segunda Guerra Mundial, el papa Pío XII jugó un papel esencial para la salvación de cientos de judíos que huyeron del nazismo alemán a través de Italia, pero al mismo tiempo, en el período de posguerra, el obispo austríaco Alois Hudal, un fascista convencido, utilizó al Vaticano y a varios de sus miembros para establecer las líneas principales de escape de los criminales nazis más importantes: Adolf Eichmann, Walter Rauff, Klaus Barbie, Josef Mengele, entre otros. Pocos años más tarde, en plena Guerra Fría, el papa Pío XII se mostró como un ferviente anticomunista y suscribió al menos dos concordatos polémicos con regímenes totalitarios como el de Francisco Franco en España y Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana.
En estos tiempos, la posición de Bergoglio frente a los gobiernos del ‘Socialismo del siglo XXI’, esa lacra de caudillos comunistas que han arrasado con los países latinoamericanos que les tocó gobernar, ha sido de total complicidad y encubrimiento de sus acciones delincuenciales más notorias, desde el escandaloso e indiscriminado saqueo de los fondos públicos, que se redondea en cientos de billones de dólares (y que como un secreto a voces se escucha que en parte reposarían en el banco del Vaticano), hasta los crímenes de sangre, que se cuentan en Venezuela en cientos de miles, y en Nicaragua en decenas de miles solo en los últimos años.
Y qué decir de los centenares de miles de seres humanos desvalidos, hambrientos, humillados y desesperados que han debido huir de sus países por causa de las tiranías impuestas por los gobiernos de izquierda extrema ‘afines’ al Papa, o de los asesinatos políticos de estos demonios protegidos por él, que han dejado una larga huella de sangre en familias como las de Alberto Nisman, Oscar Pérez, Darwin Manuel Urbina, Hilton Rafael Manzanares, Jorge Gabela, Quinto Pazmiño, entre muchas otras víctimas.
Pero para Bergoglio, igual que para otros papas que encubrieron criminales en el pasado, estas cifras no parecen significar nada, pues el actual pontífice se ha mantenido como hasta ahora en un pérfido silencio adornado por la hipócrita sonrisa del que dice no saber o no comprender cuanta sangre, miseria y lágrimas siguen derramando por estos rincones sus compinches rojos.