¿Qué pensaría el Santo Padre, a pocas horas de tomar el vuelo a Latinoamérica, al enterarse de la desconcertante noticia de que en uno de los países a los que está por viajar está por desencadenarse un cruento golpe de Estado, que el aeropuerto al que llegará está por ser tomado por los golpistas armados de “palos puntiagudos, globos con pintura y pimienta”…?
Si el Papa fuera alemán, polaco o francés, seguramente pensaría tres veces en venir. Pediría informes de última hora y tomaría la decisión, poniendo en ascuas a los millones de feligreses que le esperan con tanta ansiedad y devoción.Pero, como el sucesor de Pedro es de estas tierras, conocedor que América Latina es la gran patria de Macondo, del realismo mágico, de la imaginación tropical y del populismo delirante, no se inmutará. Quién como él, nacido en Argentina y conocedor desde niño de las veleidades y manejos poco santos de los Perón, para que la noticia del golpe no le haya causado ningún rubor, sino, quizá, una sonrisa discreta.
Sonrisa parecida a las carcajadas, que la “sal quiteña” suscitó en las redes sociales, a pocos minutos de ser conocida semejante novedad, transformándola en sorna y chiste, tendencia cada vez más fuerte ante cualquier anuncio oficial de una voz cada vez más deslegitimada.
Mas el papa Francisco no solo que sabe de nuestra cultura caliente y colonizada, sino que conoce de primera mano al socialismodel siglo XXI, en su caso, el de los Kirchner: la concentración de poder, el maquiavélico uso de las masas, la limitación a las libertades, y la escandalosa corrupción. ¿Será que por eso escogió venir a dar su mensaje a dos países latinoamericanos políticamente parecidos a su Argentina?
El Santo Padre no solo que habrá sonreído frente a la afiebrada declaración de golpe de Estado, sino que también estará preocupado por las intensas movilizaciones sociales en todo el Ecuador. Sabe de las excelentes carreteras y de los bonos para los pobres. Sabe de la crisis económica por la baja del precio del petróleo y del manejo dispendioso de los recursos estatales. Sabe de la crisis del modelo político personalista y autoritario. Sabe que la gente está cansada de los impuestos y del control, que ha superado el miedo, y que ante la falta de canales de comunicación con el gobierno, se ha tomado las calles.
Por lo tanto, el Papa nos hablará de la paz, entre otros mensajes. Todos, católicos o no, debemos asimilarlos, pero, sobre todo, el gobierno. Sería muy grave, que ido Francisco, el poder profundice la confrontación e instaure un estado de persecución. Si asume sus errores y rectifica, bajarán las tensiones.
Sería bien visto que a los “inteligentes” inventores del golpe, que tanto han minado su credibilidad nacional e internacional, les diga: “Con esos amigos, para qué enemigos”.