Millones contemplaron la visita papal en Cuba. Ahora ¿cuál fue la percepción del Papa y su entorno? Es lo que pude averiguar mediante fuentes que desean mantener total anonimato.
Primero. A Benedicto XVI le sorprendió el contraste entre el recibimiento mexicano -alegre, libre, multitudinario y espontáneo-, en medio de una ciudad económicamente vibrante, y las crispadas ceremonias cubanas, controladas por la policía política, en un país empobrecido hasta la miseria, precedidas por centenares de detenciones. El espectáculo del joven salvajemente golpeado por un policía disfrazado de camillero de la Cruz Roja le tocó el corazón al Papa y se interesó personalmente por su destino. Solo había gritado “abajo el comunismo”, versión popular de lo que él mismo dijera al dejar Italia del marxismo: ideología fracasada a la que había que enterrar.
Segundo. Al Papa y a su séquito les pareció lamentable que Raúl Castro pronunciara en Santiago de Cuba el clásico discurso de guerra fría. Ese texto, y los del canciller y el vicepresidente del sector económico, los convencieron que Raúl está más interesado en mantener el pasado que preparar un futuro.
Tercero. Comprobaron que la petición del anterior papa Juan Pablo II hace 14 años, para que los cubanos perdieran el miedo, fue inútil. Salvo unos cuantos centenares de opositores demócratas, permanentemente acosados, golpeados y encarcelados, la sociedad está podrida de miedo. Pero el miedo que más les intrigó fue el del doble discurso. Cuando los funcionarios hablaban solos, se manifestaban tolerantes y deseosos de reformas . Uno llegó a admitir la necesidad del multipartidismo y elecciones libres, aunque los comunistas perdieran. Pero cuando se sumaba alguien a la conversación, o aparecían periodistas, retomaban el discurso estalinista. Un espectáculo penoso.
Cuarto. El Papa y su comitiva confirmaron lo que intuían: la Iglesia cubana está escindida en dos líneas: la del cardenal Jaime Ortega, contemporizador hasta el extremo colaboracionista de pedirle a la fuerza pública desalojar un templo ocupado por feligreses que deseaban protestar contra la dictadura, a sabiendas de que serían detenidos y maltratados, y la de obispos como Dionisio García Ibáñez, más firme en su rechazo al régimen. Mientras Jaime Ortega se queda en la compasión por algunas víctimas, Dionisio y otros sacerdotes creen que no habrá alivio ni reconciliación entre cubanos hasta que ese régimen no sea sustituido por una democracia.
Quinto. Comprobó que Fidel Castro –tienen la misma edad– está en peores condiciones físicas y mentales que él. El Papa, que es un hombre bueno, oró por él.