Lo dejo en claro de arrancada: soy amigo de la legalización de todas las drogas prohibidas, y de todos los pasos para su producción, comercio y consumo. No creo que sean buenas, ni neutrales: hacen daño, y mucho. Pero estoy convencido de que su prohibición causa la formación de mafias, las gigantescas utilidades del negocio ilícito y todo el crimen asociado a esos fenómenos. Como lo sostuvo el brillante economista y gurú del neoliberalismo, Milton Friedman, en un mundo donde drogas como la marihuana, la cocaína y la heroína no estuviesen prohibidas, habría muchos menos homicidios: la actividad de las narcomafias carecería de sentido.
Estados como el colombiano ahorrarían miles de millones de dólares que ya no tendrían que dedicar a fumigar cultivos, perseguir cargamentos, desbaratar redes, capturar capos medios y altos, ni procesar penalmente, extraditar y/o mantener en prisiones de alta seguridad a mafiosos capaces de corromper a policías, fiscales, jueces y guardianes de prisión.
Se harían daño quienes consuman, del mismo modo que se mata el que se lanza desde una azotea, un balcón o un puente, sin que por ello tengamos que poner un policía en cada uno de ellos para atajar a los suicidas. Y claro, esos drogadictos le harán daño a su entorno familiar, como hoy se lo pueden hacer los alcohólicos, los fumadores empedernidos o los viciosos del juego. Pero el dinero que ahora gastamos en represión lo podríamos invertir en prevención educativa y en salud.
Pero una cosa es ser amigo de la legalización de las drogas prohibidas y otra muy distinta, hacer fiesta por los pasos parciales de autoridades del mundo a favor de despenalizar el consumo y la producción casera.
Muchos promotores de la legalización, acá en Colombia, brincan de la dicha con decisiones como la que acaba de adoptar el estado de Colorado, en Estados Unidos, cuyas autoridades han eliminado las sanciones a la producción, comercio y consumo de marihuana, mientras esté limitado a pequeñas cantidades. Igual ocurre ya en Uruguay y en pocos meses en el estado de Washington, en el noroeste de EE.UU.
Se trata de pasos parciales y limitados lo que deja las drogas más duras y las grandes cantidades a los mafiosos y a su imperio de corrupción y muerte. Los pasos parciales solo conducen a que en esas regiones renuncien a combatir el consumo y el pequeño comercio y, a que la guerra contra las drogas ilícitas en el mundo se concentre en los grandes productores. No ahorrarán a nuestro país un solo centavo en fumigación, ubicación y destrucción de laboratorios, persecución a mafiosos, complejos procesos judiciales ni cárceles de alta seguridad.
Hay que dejarse de pañitos tibios: si el mundo avanza hacia la despenalización, debe ser general, como decía Friedman. De lo contrario, estaremos en el peor de los mundos para países como el nuestro. Mientras en Colorado se relajan, aquí tendremos que poner más plata y más muertos.
El Nacional, Venezuela, GDA