¿Cómo un feriado de disfrute se puede convertir en pesadilla? Fácil, salga de paseo con su vehículo fuera de la ciudad de Quito.
Era domingo de Finados, bajo el auspicioso anuncio oficial de la reapertura de la panamericana a Guayllabamba, nos animamos ir hacia el norte. Siempre ese paisaje andino de primera hora cruzado con un café y bizcochos de Cayambe es un placer.
La vieja Pana repavimentada y señalizada funciona muy bien hasta Cayambe. La amplia vía entre Otavalo e Ibarra no hizo sino que echemos flores a Correa. Pero al llegar a la entrada de Ibarra y transitar por sus deterioradas calles (lo mismo pasa cuando uno llega a Quito), se sintió la marcada diferencia entre las vías atendidas por el Estado central y las que están bajo la responsabilidad de los municipios. ¿Qué pasa con la relación Gobierno central-municipios, si es un solo país?
Llegando al Chota comenzó una historia incómoda y peligrosa. La ruta antigua está siendo ampliada, pero por tramos. Se trabaja algo por aquí, algo por allá. Acullá la obra está abandonada. Definitivamente es un carretero muy peligroso, pedregoso, polvoriento y cachicado, sobre todo en la subida del Chota hacia el Carchi.
Viendo este panorama emergió la desazón. Dio la impresión de un trabajo a medio gas. ¿Se les acabó la plata? Lo cierto -dice un viajante- que si continúa la baja del precio del petróleo esto se acabará en el 2040. Razón –remarca otro- que en toda la maltratada vía no hay una sola propaganda del Gobierno.
El regreso del paseo fue un calvario. Atravesar Ibarra fue una odisea. Sólo en pasar el tramo de Yaguarcocha consumió 50 minutos. Tráfico infernal, con una Policía casi ausente. El trecho en ampliación entre Otavalo y el límite con la provincia de Pichincha fue un martirio mayor. Fue una hora de terror puro. Al salir de Otavalo, los cientos de carros, en una sola fila, iban lentamente. En la recta frente al lago San Pablo, la avenida de tres carriles permitió que la represa se rompa. Volaban desaforados los vehículos en todas direcciones en busca de recuperar el tiempo perdido sin saber que medio paso más adelante, se retornaría a la fila de uno. Se sintió desesperación, claustrofobia.Todos los conductores furiosos, desquiciados, listos a embestir a quien se interponga en su camino. El único patrullero ubicado en la zona menos conflictiva hacía una presencia muda. “A este ritmo, pronto se decretará que los carros con placa par, salgan en un feriado y los impares se queden en la ciudad, y la próxima al revés”, comentó alguien para romper el hielo.
Al llegar al límite con Pichincha la congestión bajó. Más adelante, las velocidades se rehabilitaron. Un atropellado en las curvas de Otón y un borrachito suicida cruzando la vía.
Un retorno de 5 horas, duró 10, pero con los nervios destrozados.