Nunca me he sentido tan segura de que lo que voy a escribir es lo que tengo que escribir. De que no puedo referirme a otra cosa ni con otras palabras. Y reproduzco las de Simón Espinosa públicas y, por tanto, mías: las recibí por WhatsApp, antes de leerlas en este diario, dirigidas a los conjueces que tienen entre mentes y manos el recurso de casación del caso Sobornos… Creo que deben ser releídas y vueltas a pensar, en beneficio del país que, sin palabras, se nos volverá más oscuro, más desesperanzado. En días de textos, pretextos e hipertextos, todos los articulistas de estas páginas, de las cartas de los lectores y del espacio de la caricatura, iluminador y triste y adorable, y de cientos de otras páginas escritas por gente honesta, cederíamos con gusto nuestro espacio a estas palabras que tienen la virtud de ‘darnos diciendo’ (¿nota, lector, nuestra característica sintaxis?). Me llegó el artículo completo –profundo y bello que he estado ‘rumiando’ días de días- algunas de sus afirmaciones vuelven aquí, lector. Valen la pena.
“S. Agustín en la Ciudad de Dios advirtió que cuando no hay justicia ‘los Estados no son sino grandes empresas de criminales’. El Talmud enseña que ‘Es desgraciada la generación en la que sus Jueces deben estar presos’. Ecuador viene sufriendo una era de ladrones inconmensurables, del sector público y privado, porque no hay el uno sin el otro. De despiadados cazadores de privilegios. […] nunca se ha cometido tanto delito, por tanto dinero y por tanto tiempo […] La Justicia desapareció hace rato con el manoseo de la culpabilidad y la entronización de la impunidad gracias a jueces con hemiplejia moral que han celebrado la delincuencia y han hecho del delito un porvenir. En pocas horas se definirá la muerte definitiva o la resurrección de la Justicia ecuatoriana cuando el recurso de casación del ‘arroz ‘verde o ‘caso sobornos’ sea tomado, no en manos de tres conjueces, sino en manos de tres hombres históricos, para vencer o morir.
“Después de que 7 de 21 jueces titulares de la Corte Nacional de Justicia, unánimemente, sin un solo voto salvado, hayan llamado a juicio, desarrollado procesos de juzgamiento y apelación idóneos pronunciando y ratificando una sentencia condenatoria gracias al invencible acervo probatorio eficazmente levantado por la Fiscalía general sobre el prepago prostibulario de comisiones para acceder a la ilícita contratación pública y porque las defensas de los imputados nunca han podido defender lo indefendible, no sería posible que conjueces desdigan a sus titulares”…
No, no sería posible. Y yo, que no suelo rezar sino cuando una especie de instinto social y de defensa me muestra que no hay otra opción ni otra forma de esperanza que el clamor a lo infinitamente lejano y ausente, pero infinitamente posible, me digo: ¡Oh Dios, si existes, ilumina a estos jueces. Permíteles que se miren a sí mismos, sientan vergüenza y dolor por la patria y dejen un recuerdo de honradez y hombría de bien!