Una vez más Marco Antonio Rodríguez nos sorprende…! Y nos sorprende muy gratamente! Y nos revela, nos interroga, nos cuestiona, a propósito de la publicación de su libro –impecable edición, fotografías de extraordinaria fidelidad– bajo el título de ‘Palabra de Pintores’ dedicado esta oportunidad a 12 ensayos en torno de otros tantos artistas ecuatorianos.
Rodríguez, doctor en Jurisprudencia y en Filosofía y Letras, pedagogo de larga trayectoria en planteles de segunda enseñanza y universidades, está desenvolviendo los meses finales del período de presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, cuando ha dirigido este Organismo en medio de las tempestades provocadas por la defensa de la autonomía frente al acusado esfuerzo centralizador de algunas tendencias que han cobrado fuerza sobre todo el lapso más reciente.
De ahí que mucho más agradable sea examinar siquiera con gruesos brochazos, la obra de Rodríguez tanto como autor de narraciones cortas, como cuentista pues, y como ensayista. Por lo que se refiere al primer aspecto es creencia mayoritaria, casi unánime en verdad, que el autor resulta ser el más destacado de los actuales cuentistas vivos ecuatorianos. Así lo avalizan libros que incluyen a ‘Cuentos del rincón’, ‘Historia de un intruso’, ‘Un delfín y la Luna’, ‘Jaula’, reconocidos mediante prestigiosos premios y galardones de nuestro país y del exterior, así como muchas traducciones a otros idiomas y ni qué decir ediciones y reimpresiones.
Acerca de los ensayos, junto con una formidable riqueza idiomática y una penetración casi clarividente, ha desvelado el fondo esencial de artistas plásticos, poetas y pintores, lo mismo del escenario americano que del correspondiente a nuestro país, según lo que sucede con el libro más reciente.
En este último constan 12 creadores de muy variadas, acusadas y heterogéneas tendencias. Por ejemplo Pilar Bustos (‘El abrazo entre líneas’), Washington Mosquera (‘El prodigio del arte’), Whitman Gualsaquí (‘Imágenes y colores de los Andes’), Nicolás Herrera (‘Memoria y tiempo’), etc.
De todas maneras, me permito sugerir con respeto para las opiniones diversas, que Marco Antonio Rodríguez estuvo especialmente acertado con Aníbal Villacís (…“Pero eran los niños, sus juegos, sus travesuras, sus vestidos remendados, sus rostros quemados por el sol, el viento y el hambre los que más conmovían al gran artista…”); Nilo Yépez (“…Los rostros de Nilo son únicos. Casi siempre están en actitud de despedida, de ausencia, de olvido…”); Miguel Varea (“…Jamás he conocido ningún creador tan poderoso y libre de toda atadura, imposible de ser domesticado por nada ni por nadie, ni por su propio arte que, de suyo, encarna su propia, terrible, ingénita disidencia…”) y Gonzalo Meneses (“¿Qué pulsión obliga a Meneses a construir esas breves, frágiles, sapientes y hermosas miniaturas si es un autodidacta confeso?”).