Obra de romanos, empeño que apunta a lo que parece imposible, ese afán de que el nuestro llegue a ser un país en el que sus leyes se cumplan. Cuántas veces en ese empeño y en ese afán nos hemos dado con la piedra en los dientes, y todo ha quedado ahí a la espera de una nueva oportunidad. No en otra forma se explica nuestra orfandad en cuanto a instituciones que signifiquen decisiones mantenidas en el tiempo por el simple hecho de que todos comprendieron como necesarias para mantener la convivencia civilizada, en beneficio de todos.
Tal entendimiento nos llevó a crear el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social. La indefensión de quienes trabajaban en relación de dependencia no podía continuar. En pocos años, el IESS fue una realidad espléndida, una institución que se la veía tan sólida como que permitía soñar. Gobiernos demagógicos e irresponsables, sindicalistas torpes y empresarios perversos interrumpieron un proceso tan promisorio como que para finales del siglo pasado los cálculos actuariales llevados con autoridad profesional y ética aseguraban que buena parte de la riqueza nacional se hallaría en manos de los trabajadores, con lo cual se hubiera llegado a la justicia social. Con esfuerzos como para quedarnos agotados, por esos arrestos que si tenemos al IESS se le ve ahora como una institución que va saliendo del pantano al que le llevaron.
Al país que quería ser no se le permitía desarrollarse en base a políticas que significaran inclusión social. Paladines del capitalismo salvaje le llevaron a la quiebra al Banco Nacional de Fomento y también fueron quienes desmantelaron los silos que fueron construidos por el Estado para defender al agricultor de las pequeñas fincas costeñas de la codicia de importadores y exportadores. Flores de un día las estructuras e instituciones que se creaban. Hoy, el incansable empeño de volver a empezar.
Un paraíso fiscal nuestro desventurado Ecuador, hasta hace poco. De todo carecíamos menos de inversionistas que venían a un país en el que hasta un candidato a la Presidencia de la República cuestionó la existencia del Servicio de Rentas Internas (SRI), la institución llamada a hacer cumplir las leyes tributarias. Eso de obligar a pagar los impuestos ecuatorianos, arbitrariedad inaceptable de un Estado ineficiente, conducido las más de las veces por lo más representativo del capitalismo bárbaro, digo yo. Hasta que vino Carlos Marx Carrasco a poner orden con la ley en la mano. El país que quiere ser decidió que el SRI sea una institución respetable y respetada. Los poderosos evasores de impuestos pusieron el grito en el cielo. Para ellos ¿¡Qué otra cosa puede ser Carlos Marx Carrasco que un marxista que niega el derecho a la propiedad privada!? Está por verse si el SRI soporta los embates de esos ‘anarquistas’ sin Dios ni Ley.