De acuerdo con la Senplades, la pobreza en el Ecuador disminuyó en el periodo 2007-2013 del 37 por ciento al 23,6 por ciento. Son más de 13 puntos porcentuales en casi 10 años.
En uno de sus últimos informes, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) confirma los datos del Gobierno. Aún más, estos avances han ido acompañados por una ampliación de la clase media. Si en el 2003 el porcentaje de la clase media era del 14 por ciento, en el 2012 aumentó al 35 por ciento, siendo mucho mayor en las ciudades y zonas urbanas donde el porcentaje se amplió del 19 por ciento al 45 por ciento.
Eso se aprecia en el incremento de la capacidad adquisitiva de los ecuatorianos. Hoy en día no es nada raro ver restaurantes de lujo llenos, centros comerciales abarrotados y un parque automotor renovado. Sin embargo, luego de analizar estos resultados surgen varias preguntas: ¿estos cambios en la reducción de la pobreza y ampliación de la clase media responden a cambios estructurales del país? ¿Podemos afirmar, como sostiene el PNUD, de que el Ecuador ha alcanzado un “alto” nivel de desarrollo humano? En esto tiendo a ser escéptico. La aparente prosperidad contrasta con otras cifras. Por ejemplo, el índice de pobreza en los sectores rurales y el subempleo a nivel general son todavía altos. Si en el 2006 la pobreza rural era del 60,6 por ciento, en el 2012 bajó al 45 por ciento. Pese a que a que ha habido una reducción del 15 por ciento, esta cifra todavía es alta. Refleja la existencia de inequidades y desarrollo desigual entre el campo y la ciudad.
En el caso de las zonas urbanas, aunque la pobreza ha caído y el desempleo ha bajado a una tasa de 4,55 por ciento, los niveles de subempleo son también altos. A fines del 2012 se mantenía en el 54,1 por ciento.
¿Qué pasa entonces cuando a las cifras presentadas por el Gobierno incluimos la realidad del campo y de los sectores marginales de las ciudades que no tienen más alternativa que vivir del subempleo? ¿Han mejorado en realidad los índices de desarrollo? Por ello, es necesario que las cifras no se tomen de manera aislada. Buena parte de esta mejoría del país responde, como todos sabemos, a los ingresos extraordinarios que hemos tenido por los altos precios del petróleo. El gasto público se ha convertido en uno de los factores dinamizadores de la economía. El Estado, a través del crecimiento de la burocracia, de las compras e inversión pública han hecho que el consumo privado se dispare. De igual modo, los subsidios han contribuido incluso a “maquillar” la situación, dando una artificial sensación de que atravesamos por un momento de progreso y prosperidad.
Un cambio de verdad se da cuando factores de carácter económico, social, político e institucional son capaces de sostener el desarrollo de un país en el corto, mediano y largo plazos. Eso todavía lo tiene el Ecuador y hay mucho que puede hacer al respecto.