Alfredo Astorga

El país del nunca jamás

El país del nunca jamás”, invención maravillosa de la novela Peter Pan, es un lugar ficticio y exótico. En él los niños no crecen y se vive sin responsabilidades ni normas; diversión y aventuras copan el tiempo de sus habitantes… El cuento pinta al paisito en que vivimos. No tanto por lo maravilloso y extraño -que efectivamente lo es- sino por este atributo de no crecer. Y por la ausencia -en los hechos- de normativas y obligaciones.

No crecemos. Estamos condenados a repetir la historia, una fase infantil permanente. Rodeamos obstáculos e insistimos en lo mismo. No maduramos ni aprendemos de las experiencias. La demagogia, el disfraz, el abuso de poder, la impunidad y la voracidad de la clase política nos acompaña mucho tiempo… Claro, nosotros elegimos periódicamente a nuestros propios tiranuelos.

Nuestra normativa es puro cuento, no existe en los hechos. Y no es por falta de leyes sino por exceso. Casi siempre trastocan lo esencial por detalles nimios. Y se aplican con plasticidad insólita, se estiran y acomodan a las circunstancias y a los interesados. Por contraste, y como justificación, nos ahoga una cultura reglamentarista. Se nos ha judicializado la vida: códigos, denuncias, juicios, fiscales, tribunales... Reinan los abogados…

Las responsabilidades se esfuman. Sobre todo cuando el poder público se alcanza. No hay obligaciones, solo aventuras sectarias sin sentido de país ni de futuro. Se funcionalizan y manosean los derechos para protegerse, para cultivar privilegios, para salir impune. Paisito fantástico que no rinde cuentas a nadie. Y cuando rinde, es pura propaganda. Nadie le cree.

El país de fantasía reitera procesos retorcidos para bajarse nada menos que un Presidente. La suerte de Lasso parece echada: juicio-destitución por peculado por una parte,  muerte cruzada con movilización social, por otra. Ambos con efectos impredecibles. No hemos aprendido ni crecido. Se imponen -camuflados o visibles- los intereses personales o de secta… El país del nunca jamás.