En realidad, la pregunta que plantean millones de asustados habitantes del planeta es: ¿qué va a pasar? Como nadie sabe la respuesta, para no escuchar las teorías más delirantes o apocalípticas, otros se inclinan por preguntar qué país nos espera al salir del encierro pues esto tendría que ver con algo palpable al otro lado de la puerta.
“Nos espera”. Error número uno: el país no espera ahí afuera; lo hacemos y sufrimos todos sobre la marcha, aunque muchos grupos, organizaciones e instituciones esperen, ellos sí y como siempre, que el Gobierno les solucione la vida sacando puñados de dólares del mismo barril sin fondo donde meten la mano esos ladrones que se reproducen más que el coronavirus.
¿Resultado? “Tengo vergüenza de ser ecuatoriana”, confiesa una amiga ante la ola de chanchullos y sobreprecios en hospitales, prefecturas, alcaldías, el Seguro y lo demás. Porque tras el saqueo del correísmo, el estado de emergencia desenmascaró a los grupos mafiosos enquistados desde hace años en las instituciones públicas. “Correístas, morenistas, bucaramistas, socialcristianos, son el mismo chancho con distintos chalecos”, agrega con ira.
¿Pero cómo llegamos a esta situación donde se mete a todos en el mismo saco y la única figura confiable es Diana Salazar? El derrumbe ético y político empezó en 1996, con el Gobierno de Bucaram y su gallada, de modo que no es casual que hayan vuelto a poner su firma al final del ciclo. ¿Quién mejor que ellos? Desde entonces, cogerse la plata del Estado-botín se volvió tan aceptable socialmente como violar la Constitución, botar presidentes y alimentar tendencias separatistas. La quiebra fraudulenta de varios bancos y la sustitución del sucre por una moneda ajena, aunque funcionó en lo económico, fue un golpe adicional a la frágil identidad nacional, reducida a la camiseta de la selección de fútbol.
Lucio y esa Pichicorte ahondada por la mano de Correa en la Justicia, sus acuerdos entre privados y sus descendiente o disidentes, da lo mismo pues siguen con las mismas mañas en el Gobierno y en varias alcaldías y prefecturas, nos dejaron mucho más vulnerables ante la pandemia. De suerte que ahora somos un país quebrado, desmoralizado, desintegrado, que ha vuelto de golpe a la pobreza del siglo pasado, aunque con gustos de nuevo rico al estilo de Daniel y Jocelyn, esos personajes de telenovela de la mafia convertidos en modelos a imitar.
Frente a ello, los comentaristas se prodigan en recomendaciones de lo que hay que hacer: mejorar la educación, llevar a cabo una transformación ética, mudar de piel, volvernos solidarios, ecológicos, cuidar y respetar a los ancianos pero no votar por los pícaros de siempre. O sea… pongan ese abombe de sermón al lado de los carros de alta gama de los panas de Yunda, pregunten qué prefieren los jóvenes y me cuentan.