En estos tiempos de revolución, de confrontación sistemática, vacía y banal, pero violenta, Venezuela puede admitir muchas definiciones. No intentaremos ese catálogo. Interesa una: somos el país del tiempo perdido. No hay sector venezolano que no esté condenado a perder el tiempo. Lo inmediato y circunstancial consume todo, fatalmente. Desde 1999, lo inmediato y más apremiante han sido los procesos electorales.
El Presidente de la República, obsesionado por el control vitalicio del poder, no ha tenido tiempo de gobernar.
De una campaña ha saltado a otra, ha demostrado una imaginación que es preciso reconocerle. Inventa un país y al tiempo lo niega. Ofrece mil obras y al poco tiempo las ignora. Como en el Gobierno nadie lleva récord ni registra cuentas, todas las promesas se olvidan.
Después de 12 años en el poder, cuando Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Perú, Colombia tienen nuevos gobernantes, el Jefe del Estado de Venezuela está como congelado en la Presidencia. Esto no es sólo una anomalía, sino algo más enigmático: al presidente Chávez Frías le fascina el poder, quiere ser presidente vitalicio, pero no sabe qué hacer ni con la Presidencia ni con el poder. Es un fenómeno extraño, pero ahí está, perdiendo el tiempo y haciéndonoslo perder a todos, porque todos estamos condenados a depender de esa desordenada ambición de poder.
Si viviéramos como en otras épocas felices, cuando los presidentes duraban cinco años, ya andaríamos celebrando ahora la partida del tercero. Si resultaban malos, era un alivio pensar que pronto se iban. Eran las virtudes y consuelos de la alternabilidad republicana, palabras que están en la Constitución como simple decoración. En las tácticas del oficialismo, la expresión está prohibida. No sólo el Presidente de la República pierde el tiempo. También lo pierden los otros poderes del Estado, tan solidarios que no malgastan ocasión de cantarle loas a su proyecto de eternizarse en el poder. Ahora, y según la doctrina del TSJ, “la justicia será socialista”. O sea. Qué decir de la Asamblea Nacional.
No pocos empresarios están pensando en mudarse para Argentina, Brasil, Uruguay o Paraguay, o asociarse con compañías de esos países. Allá estarán seguros sus capitales y podrán hacer negocios con Venezuela, como extranjeros. ¡Paradojas del patriotismo bolivariano! Como si les dijeran a los empresarios: “Váyanse al exterior que aquí les compramos lo que produzcan allá”.
Los museos y los institutos de investigación están desahuciados. Se les niegan los recursos o se les imponen los tristes dogmas del pensamiento único. Ya no se encuentran libros en las librerías porque el Gobierno controla las divisas extranjeras como un instrumento de represión económica e intelectual.