En la cultura ecuatoriana —como en buena parte de América Latina— persiste una idea profundamente arraigada: el padre como protector, salvador, proveedor. Esta característica, heredada quizás de estructuras patriarcales y coloniales, no solo es inapropiada sino contraproducente cuando deriva en paternalismo, esto es, cuando no se corta esa suerte de cordón umbilical paternal con el hijo adulto que, por ende, nunca deja de ser niño…
I. La triada paternalista: Este fenómeno se proyecta desde la familia hacia la política, sobre todo cuando el padre ya no resuelve. Entonces, el Estado se vuelve el “padre sustituto” y, los ciudadanos, los hijos obedientes y pasivos que esperan que alguien más les resuelva la vida. ¿Y si no puede el padre sustituto? Cuando el Estado no puede — por debilidad institucional, por la gravedad del asunto o por cualquier otro motivo —, no florece una reacción ciudadana vigorosa y acción cívica. Lo que suele emerger es otra traslación de esa misma lógica: si el padre nacional falla, surge el anhelo de que un “padre extranjero” venga a resolver. Así se configura una dependencia simbólica y funcional que atraviesa las fronteras de lo económico, lo político, gubernamental, etc.
II. Profundizando en la dimensión sociopolítica: Debemos reflexionar en cuanto a la identidad nacional, el rol del Estado y la autonomía ciudadana. Por ejemplo, la inversión extranjera es vista casi como la más importante palanca de desarrollo. Y rara vez se debate con profundidad cómo mejorar las condiciones para producir, innovar o emprender. El énfasis suele estar en cuánto capital extranjero llegará a “salvarnos”.Y, cuando la inversión tarda en llegar, o cuando la capacidad de producción interna es insuficiente, la solución “fácil” es el endeudamiento externo que se ha vuelto eterno. Incluso en lo simbólico, se espera que los organismos internacionales procedan a santificar o condenar lo que ocurre en casa. Al parecer, hemos delegado nuestra capacidad crítica a instancias externas.
Lo preocupante no es la ayuda externa en sí. Ningún país puede crecer solo; la presencia internacional es valiosa y bienvenida, incluida por supuesto la inversión extranjera y el apoyo técnico o militar. Pero, lo grave es la dependencia estructural (que lleva implícito no asumir responsabilidad propia) que se genera cuando se delega la esperanza de solución a terceros.
III. Consecuencias: Esta dependencia puede acarrear tres consecuencias:
a) Inmadurez política: Se erosiona la responsabilidad ciudadana y se entroniza la queja sin acción, sociedad exigente en derechos, pero evasiva en deberes.
b) Debilitamiento institucional: Cuando se internacionalizan las soluciones como preferentes mecanismos, las instituciones locales pierden fuerza, así como su sentido de motivación, compromiso y responsabilidad, convirtiendo al país en receptor de decisiones y no en generador de soluciones.
c) Desmoralización colectiva: La sensación de que “no podemos solos” instala una narrativa de inferioridad, es decir se debilita la autoestima ciudadana y se profundiza la resignación nacional.
Conclusión: Hacia una ciudadanía adulta.- En Corea del Sur o Finlandia se ha promovido la autonomía cívica, innovación local y la confianza institucional, a diferencia de algunos países latinoamericanos, en los que el paternalismo ha derivado en populismo.
Ecuador ha estado históricamente atrapado entre el caudillismo y el paternalismo. Hemos esperado líderes redentores, salvadores de turno, presidentes-mesías. Seguimos atrapados en la lógica de la dependencia. Cambiamos al padre biológico, por el padre político y, a este, por el “progenitor internacional” cambiando de salvadores pero no de lógica, ya que seguimos renunciando a la adultez como individuos y como nación.
Necesitamos apoyo, sí. Pero no debemos aceptar que nuestro progreso dependa exclusivamente de otros. El verdadero desarrollo no se importa: se construye, se forja. La economía se dinamiza con inversión, con apertura al mundo, pero sobre todo con libertad, acción, creatividad, producción, generación de riqueza interna (el sector exportador es un excelente ejemplo), confianza jurídica y educación ciudadana. Tal vez el gran cambio pendiente no sea solo político, sino cultural: madurar como sociedad, pasando de Estado de Derechos (padre) a Estado de derecho (sociedad), del ciudadano-niño al ciudadano corresponsable. Ser adultos como nación no es una opción política, sino una irrenunciable necesidad histórica.
“El paternalismo es la forma más aceptada de dominación, cuando se disfraza de protección.” *Frase inspirada en el pensamiento de A. Tocqueville.-