Están sobre la mesa dos pactos globales a ser presentados en la Asamblea General de Naciones Unidas: uno sobre refugiados y otro sobre migrantes. Pero hoy veremos otro, firmado por Jordania y sus socios en 2016 para enfrentar el reto de dar trabajo a millares de refugiados provenientes de la vecina Siria. Aunque Jordania tiene campamentos de refugiados, la gran mayoría de sirios no vive en ellos sino que alquila viviendas y accede al trabajo y a los servicios, como lo hacen los jordanos.
El pacto planteó la utilización de Zonas Económicas Especiales para manufactura, y creación de empleos en agricultura, construcción y obras municipales, gracias a inversiones conseguidas de donantes. Esto daría empleo tanto a jordanos como a refugiados sirios, en un contexto de desempleo y poco proclive a la inversión.
Con el pacto se obtuvo que Jordania otorgara miles de permisos de trabajos para refugiados, aunque el país mantiene restricciones en varios sectores. Y se lograron ventajas para comercializar en el mercado europeo los productos jordanos producidos con mano de obra refugiada: la Unión Europea se comprometió a ‘suavizar las normas de origen’- mediante la asociación UE-Jordania.
Frente a la situación de desempleo de jordanos y sirios, el resultado del pacto ha sido la creación de empleo para ambos. Este es un aspecto necesario en el diseño de iniciativas en temas de migración forzada y refugio, como señala Karen Jacobsen en ‘Medios de vida y migración forzada’ (2014): en las soluciones debe estar considerada –y ser beneficiada- también la población local.
El esfuerzo en Jordania no ha estado libre de traspiés (ver Howden en Refugees Deeply y CGD e International Rescue Committee). La opinión de los propios refugiados debe estar involucrada desde el diseño del proyecto, mediante diálogo con actores humanitarios y asociaciones de refugiados. Es importante en estas iniciativas medir inclinaciones de trabajo y costos de transporte y vivienda, que inciden en el ingreso y las decisiones de las familias.
El pacto de Jordania introdujo en la respuesta a situaciones prolongadas de refugio la perspectiva económica propia del trabajo en temas de desarrollo. El debate surgido al respecto advierte que el refugiado y el migrante forzados no son iguales al migrante económico.
Frente a la opción de sobrevivir de su propio trabajo, muchos de ellos (ancianos, niños, familias monoparentales) necesitan protección, por lo que la asistencia humanitaria no debe faltar.
Los países en desarrollo que reciben refugiados necesitan apoyo internacional. La respuesta no siempre es desinteresada; puede tener visos de ‘contención’, como sucede hoy entre la UE y Turquía. Los dos pactos globales estarán en la agenda de la ONU en momentos en que el reto de atraer capital para dar trabajo a nacionales y recién llegados recae en nuestro campo.