Lo más triste es que no ganó en la votación total, pero se han escrito miles de artículos sobre el electorado de Trump movido por el rencor y esas pasiones tumultuosas y contradictorias que anidan en el corazón humano (lo que nos incluye a usted y a mí, amable lector). Hasta la prensa que se puso del lado de la razón y el sistema representado por Hillary ha hecho un mea culpa al constatar cuán lejana se halla de esas masas anónimas que se comunican por Facebook y Tweeter y perciben el mundo de otra manera. Tardío descubrimiento pues ese fenómeno fue advertido hace rato por varios analistas políticos.
En ‘El arte de ganar. Cómo usar el ataque en campañas electorales exitosas’, Jaime Durán y Santiago Nieto describían, hace siete años, las características del nuevo elector que ya no responde a las posiciones ideológicas de izquierda o derecha, ni a las recomendaciones de la Iglesia, ni de otros forjadores de la opinión pública como la prensa y la academia, factores todos que constituían la antigua democracia de élite que habría dado paso a esta democracia de masas donde los electores hacen lo que les da la gana y votan por lo que creen que les conviene.
Afinando su enfoque, cuando entrevisté a Durán un mes antes de la elección norteamericana, habló de “una sociedad líquida en la que no hay verdades, en la que todo lo viejo en cuanto a la religión, la política, las costumbres, la sexualidad caducó”. Suena bien pero esconde una contradicción porque tolerar esos cambios es lo políticamente correcto, lo progre, lo democrático, pero el vencedor exacerbó justamente lo opuesto, la intolerancia y el odio. Apostó por lo políticamente incorrecto y pegó centro.
Aparte del absurdo de creer que un magnate de copete chiveado te va a salvar la vida, nada hay más tradicional que el revanchismo, el racismo y el chauvinismo. Freud advertía en los años 30 que si raspamos un poquito al europeo aparece el racista. Y en América Latina hemos visto que, bajo el engañoso barniz del izquierdismo, palpitaban pequeños tiranos y depredadores de los fondos públicos.
Se diría que en el fondo de la sociedad líquida persisten antiguas rocas cubiertas de algas podridas. De allí que quienes plantean, con toda su carga peyorativa, la pregunta del millón: “¿Qué diablos quieren los electores?”, pueden obtener una respuesta desafiante: “Pues queremos lo que para ustedes es el diablo”. Así de simple: escogemos lo que a ustedes, sesudos escritores de ensayos y artículos de opinión, les parece irracional, autodestructivo, maligno.
¿Y qué pasa con los lectores? Despechado, un escritor tan fino como el colombiano Juan Gabriel Vásquez decía que la gente lee editoriales para ratificarse en sus odios. Suena un poco exagerado porque a la mayoría le atrae sobre todo el análisis de la situación y la crítica del poder, que no es lo mismo. Pero en este caso es usted quien tiene la última palabra, atento (e)lector.