No podemos pasarnos el resto de la vida hablando de ladrones y ladronas. Hay temas más interesantes, como, por ejemplo, el segundo libro de Yuval Noah Harari: ‘Homo Deus. Breve historia del mañana’, Difícil hallar un título mejor y un asunto más inquietante que un futuro que ya está aquí. Días atrás, un científico chino anunciaba que había manipulado genéticamente dos embriones humanos con resultados satisfactorios. Los curuchupas pusieron, literalmente, el grito en el cielo y el Gobierno chino hizo la pantomima de que lo iba a investigar (¡ja! los chinos, que cuando no corren vuelan para adelantarse a los gringos).
Nos guste o no, el mañana es indetenible, y es mejor ponerse al día con libros como este cuyo estilo sencillo y coloquial, sin intromisiones académicas, nos da la sensación de estar conversando en un bar con un amigo muy inteligente, como en tiempos de la universidad, con una media de ron y un plato de fritada, vecino, porque el camino a la inmortalidad es largo y azaroso. Pero eso no arredra a Yuval, quien lo investiga desde el origen en su primera obra: ‘Sapiens. De animales a dioses’, recuento histórico que apareció hace seis años y continúa vendiéndose como el pan.
No, no hace falta conocer el primero para emprender la lectura del segundo; yo abordé los dos al mismo tiempo y aún no termino ninguno pues los abro por cualquier capitulo, en un diálogo ininterrumpido que va y vuelve y repite con deleite los temas. Así me topo una y otra vez con los múltiples relatos de dioses y demonios que ha inventado la especie y que Yuval ubica en su escenario histórico. Una historia cada vez más vertiginosa en la que el ser humano está pasando a ser otra cosa y ya no es fantasía que los científicos pueden implantar chips con idiomas u otros saberes en el cerebro. Manipulando los genes se irá alargando la esperanza de vida y empezaremos a rascar el umbral de la inmortalidad, ese atributo que concedimos a los dioses en la noche de los tiempos.
Como no puedo reseñar aquí la saga de la humanidad, escojo un párrafo que ilustra la visión del autor israelita: “La gente teje una red de sentidos, cree en ella con todo su corazón, pero más pronto o más tarde la red se desenmaraña y cuando miramos atrás no podemos entender cómo alguien pudo haberla tomado en serio”. En retrospectiva, ir a las cruzadas para llegar al cielo era una locura, aunque no mayor que la de rusos y cubanos que arriesgaban un holocausto nuclear por creer en un paraíso comunista. Pero dentro de un siglo “nuestra creencia en la democracia y en los derechos humanos quizás les parezca igualmente incomprensible a nuestros descendientes.”
A pasos agigantados, la biotecnología y la inteligencia artificial van superando al humanismo, mientras en Silicon Valley alguien empieza a diseñar una nueva religión. Qué pena que siempre llegamos tarde.