Este octubre se cumple un siglo de la soleada mañana cuando un grupo de estudiantes se reunió en la vieja casona de la Universidad Central, a media cuadra del palacio de Carondelet, para fundar el Universitario, un club de fútbol entusiasta y artesanal que tuvo en sus filas al futuro alcalde Carlos Andrade Marín y permaneció activo hasta 1930, cuando pasó a llamarse formalmente Liga Deportiva Universitaria.
Ese extraño deporte que consistía en patear una pelota sin ton ni son se había empezado a practicar en el barrio de San Marcos hacia 1906. En las décadas siguientes, impulsado por las novelerías que llegaban con el ferrocarril, el juego se fue perfeccionando y aparecieron equipos como el Crack y el Aucas, que lucía los colores de la Shell y era el rival acérrimo de La Bordadora, como le apodaron al equipo albo porque sus toques y gambetas deslumbraban al Estadio del Arbolito a mediados de siglo.
Fue entonces cuando, casi por azar, Rodrigo Paz se vinculó al club universitario y allí se ha mantenido hasta hoy que está a punto de retirarse a sus cuarteles de invierno. Por esa razón, su vida y la de Liga se hallan enlazadas estrechamente con la historia quiteña, más aún si consideramos que el Negro Paz sigue siendo el alcalde más eficiente que haya pasado por el cabildo de una ciudad que hoy está agobiada por la contaminación, la inseguridad y la basura.
Fue el mismo Rodrigo, acompañado de un ágil y estable equipo de colaboradores azucenas, quien encabezó desde los años 70 la construcción del club campestre de Pomasqui, y luego del estadio de Ponciano, así como la tenaz y estratégica campaña, no de una sino de varias temporadas, que llevaría en el año 2008 a la conquista de la Copa Libertadores, el máximo triunfo de un equipo ecuatoriano en cualquier deporte, al que se sumaron tres copas internacionales.
Por esa misma época yo había terminado sendos libros sobre dos quiteños ilustres y anecdóticos, Mapahuira Cevallos y Jorge Salvador Lara, y Rodrigo me propuso hacer la historia de LDU. No dudé un segundo pues significaba ampliar la memoria de la ciudad al campo deportivo. Además, yo había nacido en una casona que miraba al Estadio del Arbolito cuando mi tío materno, el Caucho Sánchez, era el wing derecho de La Bordadora. Y de niño vi bajar los domingos por el pasaje, rumbo al estadio, primero a Gem Rivadeneira, después a Polo Carrera, pero ambos con su maletín al hombro, en esos días cuando todavía se jugaba por amor a la camiseta.
En la investigación histórica y la identificación de los jugadores que asoman en las viejas fotos resultó fundamental el aporte de Jaime Aníbal Almeida. Así, poblado de imágenes, apareció ‘Con la U en el corazón. El siglo de Liga’, que cuenta la historia del club que se convirtió en uno de los símbolos de la capital.