No sorprende que Ecuador, su Gobierno actual y el anterior, estén sintiendo la urgente necesidad de oxígeno. No hay suficiente para todos. La mascarilla no abastece, la manguera no llega a cualquiera y, algunos, tendrán que ceder.
Sienten una angustiante desesperación. El tiempo se acaba, la válvula está a un punto de darse por vencida, explotar en un caos que difícilmente se podrá controlar. Todos, no podrán sobrevivir.
Volver al camino de la corrección y la verdad. Regresar a una ruta en la que la consciencia común sea más importante que la ganancia particular. Retornar a un país donde la moral y los valores en el ámbito político tengan más valía que la insufrible vanidad personal, tomará, por lo menos, el doble de tiempo que se gastó en crear una doble realidad. Diez en pervertir un país y al menos veinte, si no más en corregirlo.
Quienes en estos años crecieron en el país y se convierten en adultos en este entorno desconcertante donde hay tanto hilo para tirar y desenmascarar la verdad, deberán volver a crecer con ojos abiertos. Al ex presidente y sus partidarios, los de las manos limpias y el corazón ardiente, quienes insisten y defienden los logros, casi milagros, tanto aquí como en países como Venezuela, Nicaragua, Cuba y otros pocos más, ahora no les queda más que aspirar profundamente porque el oxígeno de su existencia se agota inexorablemente.
El actual Gobierno cuenta, entre sus filas, con incrustados de épocas pasadas. A ellos, de apoco la respiración se les ha vuelto complicada, deben cuidar sus palabras y no exhortar a seguir creyendo en lo que ya la mayoría no cree. Más grave aún, estos alientos putrefactos desde los más altos hasta los más ínfimos niveles de la burocracia gubernamental, roban al mandatario no sólo el oxígeno vital, sino el espacio de maniobra para no extinguir su tiempo más rápido de lo esperado.
Se encuentra entre dos muros, el de los fieles partidarios de un hombre cuya respiración está lenta y dificultosa y, la de un pueblo que creyó en su promesa de limpiar las filas de la corrupción. Hombres y mujeres a quienes la economía, herencia de una década descarada, les roba su esperanza de supervivencia.
Comunidad que ya no cree en ella y en sus habilidades, dando lo mejor de sí misma, va perdiendo la esperanza en una lucha cuesta arriba, y que, repentinamente, puede inflamarse y estallar, furia incontenible cuando debe a través de imposiciones, pagar lo robado por aquellos que aún no callan y reafirman su única verdad.
El oxígeno se acaba, la pasividad y permisividad en su intento de inteligente y lento cambio, agota el oxígeno remanente en el tanque de la tolerancia. Sus líos internos, arréglenlos privadamente, sin afectar más la salud de la nación.
Sus discrepancias ahóguenlas internamente, no gasten su propio oxígeno, ya que la promesa fue acabar con la corrupción, la injusticia o la justicia manoseada de una vez por todas. Que prueben, sin más, de su propio remedio y dejen de robar, también, la respiración que nos queda.