El 81,4% de ecuatorianos es pesimista respecto al futuro, según encuesta reciente de Cedatos. El panorama político es desolador: el 14% cree en el Presidente, el 9% en la Asamblea Nacional; y el 90% de ecuatorianos está indeciso respecto a alguna candidatura presidencial. Así, el pueblo no cree en sus dirigentes, (con alguna excepción). La orfandad de liderazgo político, se mezcla con otros factores de una crisis integral y profunda: sanitaria, económica, fiscal y social, nunca antes vivida en nuestra historia.
Pero el colapso también es psicológico e intelectual. Nos ha paralizado. Tenemos la sensación de vivir una horrenda pesadilla. Desmoralizados, sonámbulos, navegamos en la obscuridad al abismo. Y al mismo tiempo, el poder, amparado en el desconcierto general y en el estado de excepción, sin creatividad intelectual ni sensibilidad para entender el momento en su desmesura e integralidad, aplica viejos recetarios, que no responden a dicha complejidad sino que se ajustan al cumplimiento de las condiciones de los créditos internacionales, acordados antes de la tormenta global de la pandemia, y que hoy, siendo social y políticamente inviables, pudieran ser renegociados, por un liderazgo lúcido con estrategia regional y respaldo nacional.
Los “pragmáticos” tomadores de estas decisiones, creyeron que era la hora de aprovechar el pánico, para implantar las medidas que no pudieron en octubre del 2019, y de paso otras que reafirman el modelo neoliberal. No obstante, no se dan cuenta, ya que no comprenden el funcionamiento de la sociedad, que encendieron una bomba, que cuando explote, superará la onda expansiva de octubre.
¿Había otros caminos a los tomados? Sí. Nunca hay una sola vía para llegar a un objetivo. Pero, para encontrar otra ruta, se requiere de un liderazgo abierto, heterodoxo, no dogmático, que haga comprender a la gente y a los acreedores, la dimensión del problema y del necesario esfuerzo equitativo de todos, para salir adelante. Por ahora, buena parte de ecuatorianos ignora la gravedad de la situación, y luego de las medidas adoptadas hasta hoy, observa que la crisis la pagan los pobres y la clase media, y que las contadas familias poderosas, y otros segmentos estatales, no se suman a salvar al país. Entonces, el mensaje del Gobierno es incoherente con la corresponsabilidad, clave para desatar energías positivas. Por eso su desprestigio.
En otros momentos de la historia de la humanidad, situaciones como las que vivimos en Ecuador provocaban revoluciones. Hoy la carencia de liderazgos hace inviable una revolución, pero sí un desborde social irrefrenable y violento, que podría aprovecharlo algún mesías o un líder sensato. En cualquier escenario, a menos que escale el autoritarismo, las medidas neoliberales penden de un hilo. Estamos a tiempo para encontrar otros caminos, que unan a la nación, para superar la crisis.