Uno de los desafíos que los partidos y movimientos políticos asumieron en estas elecciones, fue el cumplimiento del 30 % de mujeres encabezando las listas de candidatos.
Se sabía desde un principio que sería complejo cumplir. Sin embargo, se esperaba que, al tener dos años – porque la reforma se aprobó a inicios del 2020- , las tiendas políticas aprovecharían para levantar estructuras mínimas que les permitan nominar buenas candidaturas y, al tiempo de cumplir el porcentaje, fortalezcan sus partidos con gente preparada.
Esto era una ventana de oportunidad para que la clase política demuestre su compromiso en la promoción de cuadros femeninos de calidad para las elecciones seccionales. Era una cuestión de honor, y se esperaban listas encabezadas por perfiles de mujeres profesionales, que mejorarían las propuestas, y el desempeño de sus partidos. En suma, el aporte de la masa crítica femenina que tanto se necesita en la democracia hoy en día.
Sin embargo, se volvió a caer en las prácticas erráticas de siempre. La mayoría de los partidos y movimientos, visualizaron a la candidatura femenina como relleno. Si bien se cumplió con el 30 % que exigía la ley, se recurrió a personajes populares sin ninguna experiencia política ni de gestión administrativa. Seguramente los ciudadanos les darán el voto, a vida cuenta de que son caras conocidas, y el votante, ante tanto candidato, es probable que busque el rostro que más identifica.
Esta negligencia en la nominación de las candidatas mujeres, puede provocar que se acentúe la percepción negativa que existe sobre los partidos y su desempeño; y ratifique la idea de su prejuicio contra las mujeres: los techos de cristal son un hecho.
Hay que evitar que esto se reproduzca en el 2025. Esta experiencia debe servir para gestar un nuevo sistema de partidos que erradique estas prácticas, y re vindique la participación femenina de calidad, evitando así, que ellas sean tratadas otras vez como relleno.