Que la consulta popular es un mecanismo de democracia directa lo saben todos. Que es legítimo apelar directamente a los ciudadanos para que señalen una dirección en coyunturas de conflicto y bloqueo es igualmente cierto. Que no queda otro camino cuando fracasa la mediación representativa, el agotamiento y debilidad de las instituciones o la bronca cierra todos los caminos de conciliación.
Pero, no ha sido infrecuente su uso en regímenes autoritarios. Los ejemplos cercanos fueron los de Rafael Correa, Evo Morales o Hugo Chávez. Como antes Pinochet o ahora Putin en los territorios ocupados de Ucrania. Con razón Jorge García Laguardia afirma: “Dictadores de diversas clases lo han utilizado para dar una apariencia de legitimidad a procedimientos ilegales y antidemocráticos”. Referendos como mecanismos de control, relegitimación o hegemonía. Eso que los politólogos llaman la democracia refrendaria, bonapartismo, cesarismo o autoritarismo plebiscitario. Por cierto, este no es caso de la consulta de Lasso.
El destino de un plebiscito o referéndum depende de su oportunidad. No todas las coyunturas son las mismas. Una cosa es si proviene de un gobierno que goza de credibilidad y bonanza. Otra, si es convocada por un gobierno que ha malogrado su imagen y ha generado desengaño en sus propios electores.
Es clave entonces el sentido de la oportunidad. Cuando quien convoca, goza de popularidad, la gente, ni siquiera se fija en el contenido de lo consultado y refrenda lo que propone, aunque a largo plazo sea dañino para la sociedad. En otros casos, el contenido de una consulta puede ser benéfico, pero los electores no toman en cuenta tal hecho y ven en su voto, la oportunidad para pronunciarse en contra de quien lo plantea. ¿Éste podría el ser caso de la consulta que está en examen para el dictamen de la Corte Constitucional?