Con suma desfachatez se habla de la guerra del pan en Venezuela; de quitarle del camino de la paz a Uribe, o le quitamos nosotros, según Iván Márquez de las FARC; mientras que el gobierno ecuatoriano dice: ‘o controlan a esos majaderos o los controlo yo y se arma la grande, porque yo me haré respetar’, llamando a la gente a ‘reaccionar contra esos malcriados’.
Aparentemente serían casos de “guerres nouvelles” que según Elie Tonenbaum, es propio de la deconstrucción del Estado en las democracias occidentales que viven una personificación y privatización de la violencia sin perspectiva política constitucional como asegura Al Bagdadi al autodenominarse en nuevo Califa universal.
El problema se encuentra en un error conceptual y de enlace entre los factores de poder, autoridad y violencia para la conducción política del Estado, mas no como una organización cualquiera. El poder es de carácter político porque es inherente a la existencia de la comunidad políticamente organizada, que en forma soberana delega su representación al gobernante para que pueda actuar legal y concertadamente con la finalidad social del bien común. No es por lo tanto un instrumento de dominación, porque “somos más”, sino porque el número se combina con la pluralidad y la opinión, que es donde verdaderamente descansa el poder del gobernante.
El uso legal de ese poder para asegurar la relaciones pacíficas requiere de una persona con potestad de mando que es la autoridad con facultad moral de dirigir la acción social para la prosperidad de los ciudadanos y a quien deben obedecer en función del derecho del orden jurídico establecido, sin coerción, lo que significa que no es omnímoda porque de serlo se caería en el totalitarismo.
No es concebible, por lo tanto declarar la guerra del pan, asumir el monopolio del uso de la fuerza, que es potestad exclusiva del Estado, para amenazar quitarle del camino a un senador, o mantenerse vigilante mientras se amenaza y provoca confrontación contra ciudadanos supuestamente malcriados y majaderos. Cuando el poder político disminuye, hay un signo de impotencia y aparece la violencia que es contraria al ejercicio del poder. Es el desarrollo de una acción directa sin argumentos, sin mediación ni fin social. Es un irresponsable medio de lograr la dominación que disloca la lógica de medios a fines, previstos en la Constitución.
Esta ausencia de ética de responsabilidad no mide las consecuencias, es impredecible e irreversible por las acciones brutales que se desbordan y demuestran la ausencia del “Espíritu de las Leyes”, que según Maquiavelo hace perenne la existencia y separación poderes e insustituibles a las instituciones que deben velar por prevenir, canalizar y resolver los conflictos, anulando la posibilidad de un poderseñorial omnímodo, como en el Medioevo.