Somos parte de una sociedad en la que muchos de los actos de simple convivencia funcionan al revés. Ya sea porque el desorden nos ha derrotado, o por pura ignorancia, o quizás por individualismo, estupidez o egoísmo, o porque los derechos de los demás nos importan un carajo, nos hemos acostumbrado a convivir en medio de los absurdos más increíbles, y no solo que los toleramos o aceptamos como si fueran normales, sino que también los ponemos en práctica con conciencia o sin ella.
En muchos aspectos vamos por la vida a contrapelo, como por ejemplo en el tránsito donde ganamos la medalla de oro de la insensatez.
Basta salir a nuestras carreteras por un instante para comprobar que el tráfico lento es el de la izquierda, normalmente invadido por todo tipo de camiones, paseantes domingueros y autobuses, y el carril para rebasar con mayor velocidad, el derecho. Pero en esta tendencia necia lo verdaderamente grave es que una buena parte de los conductores no tienen la más mínima sospecha de que están usando la vía incorrecta. Si a esta conducta cerril le sumamos el notorio desconocimiento de las señales de tránsito, tenemos como resultado un elevado índice de accidentes y de muertes en las vías. En este punto me pregunto: ¿cómo obtiene la licencia de conducir este enorme grupo de ignorantes?
Siguiendo la misma línea, vamos por un momento a cualquiera de nuestras ciudades y veamos cómo se trata a los peatones: casi nadie se detiene para permitirles cruzar por los pasos cebra, y, por el contrario, muchos aceleran de forma agresiva y se clavan en la bocina de sus vehículos mascullando todo tipo de improperios contra el osado que pretenda frenar por unos segundos el tráfico normal de los fitipaldis criollos.
Y tampoco les resultará ajena la generalizada costumbre de nuestros conductores suicidas de evitar ceder el paso al automóvil que pone direccionales, o de cruzar su bólido de forma violenta cuando se sienten agraviados y humillados porque alguien intenta adelantarles en la vía.
Pero no solo en las calles y carreteras nuestro mundo está enrevesado, sino también en otros ámbitos rutinarios como en el uso de ese misterioso artilugio llamado ascensor al que todavía no hemos descifrado del todo, pues a diario nos encontramos con alguien que para subir presiona la flecha de bajar, y para bajar presiona la señal contraria.
Sí, los absurdos campean en nuestra sociedad, y por esa sinrazón que nos gobierna tenemos, entre muchas otras “joyitas”, antiguos dictadores que hoy vociferan a favor de la democracia, acosadores del pasado que en el presente se sienten perseguidos, difamadores e insultadores de antaño que reclaman ponderación y mesura, ex propietarios de la justicia que ahora resienten su indigencia, y, enredados con ellos, decenas de amigos y compinches que señalan con el dedo, y acusan a todo el mundo de inmoralidad e indecencia después de haber gozado de la orgía de corrupción y atropellos más escandalosa de la era republicana.