Cuando la izquierda contemporánea más radical necesita ocultar sus propios fracasos o desviar la atención de los desastres y las tragedias que la persiguen en sus desventuras políticas, o cuando necesita atacar o descalificar a sus oponentes, apela a la misma andanada de acusaciones que, más o menos, se viene repitiendo desde hace décadas: “imperialista”, “capitalista”, “oligarca”, “colonialista”, son varios de los términos que salen de la misma plantilla utilizada por estos curiosos y poco originales personajes.
Pero la receta tiene además su doblez, pues los insultos proferidos van acompañados de un lenguaje que los distingue claramente de cualquier otro actor político moderado de la propia izquierda, de centro o derecha que no forme parte de su línea de pensamiento único (partido único, doctrina única, poderes únicos a favor del ungido como líder supremo). Así, los términos de mayor uso entre los obsecuentes seguidores de esta ideología reunida en la actualidad bajo el desprestigiado membrete del socialismo del siglo XXI, son por ejemplo: “soberanía”, “patria” (sola o en lemas prefabricados con términos luctuosos o victoriosos), “progresismo”, “revolución”, “humanismo” (sí, se dicen humanistas, aunque usted no lo crea), entre otras…
Lo bochornoso del uso y disfrute indiscriminado de estos términos por benefactores y simples voceadores es que normalmente se entremezclan conceptos, imputaciones y agravios de tal modo que sus peroratas se convierten en verdaderas cantinfladas en las que se tilda de progresista al gobierno del país que tiene la mayor inflación del mundo y los más altos índices de violencia y miseria de la región; o se define como soberano y revolucionario al Estado que ha vivido las últimas seis décadas a expensas de las contribuciones generosas de otras naciones que, a cambio adoptar sus postulados ideológicos, los han ayudado a paliar los permanentes períodos de escasez, improductividad y crisis.
O se acusa de adoradores del capitalismo y oligarcas a los que tienen una actividad productiva que genera fuentes de empleo y que disfrutan de una posición económica lícita, sólida y estable, mientras ellos reniegan del capital pero lucen galas ostentosas, mansiones descomunales, y gozan de festines pantagruélicos con los mismos gustos y en las mismas locaciones de las que abjuran, siempre bajo la sombra del anonimato, enredados en corrupción y protegidos por el dinero negro saqueado al pueblo que dicen amar.
O se habla ostentosamente de humanismo en aquellos territorios en los que se realizan ejecuciones sumarias y se fusila a los opositores, en los que se encarcela y silencia a los disidentes, en los que se reprime y repudia a los que intentan huir para buscarse la vida al otro lado de esas fronteras marcadas con sangre.
O abominan y satanizan del imperialismo, mientras se humillan y se convierten en lacayos, mendicantes y loros porfiados de otros imperios que les dictan sus pérfidas y embrolladas recetas.