Hace ocho años se estrenaba en el país la obra teatral 30-S, sin duda la más ambiciosa que se ha representado en estas tierras, protagonizada por un gigantesco elenco de actores novatos (que en su mayoría no se dio cuenta de que estaban representando el papel de su vida), y por un grupo de directores que en distintas locaciones, simultáneamente, montaron este infamante espectáculo.
En medio de las críticas devastadoras que provocó la obra referida, si algún calificativo positivo merecen sus directores es el de la improvisación, pues, como ya sabemos todos, no contaron para tan descomunal montaje sino con unas pocas horas, las que siguieron a la protesta de un grupo policial al interior de su cuartel y al confuso desenlace, minutos después, en que el protagonista principal apareció repentinamente en una ventana, desencajado y desafiante, mostrando el pecho y vociferando antes de hora que todo aquello era una conspiración en su contra…
Y claro, como la actuación no fue convincente y hasta ese momento, bajo el calor canicular del medio día, solo se había producido una reyerta de índole gremial, llegó la improvisada vuelta de tuerca de los directores que, en un fugaz conciliábulo, decidieron que en vista de que el actor estaba adentro era mejor que se quedara allí, cómodamente atendido, mientras ellos le daban a su revolución un tinte épico con el que nunca habían soñado.
Solo entonces se desplegó la maquinaria que debía armar la obra en minutos. Así, trabajaron de forma incesante los libretistas, tramoyistas, publicistas, músicos e intérpretes, encargados de luces y sonidos, y cómo no, unos cuantos actores profesionales que se confundirían con los extras para brindarle cierto aire de veracidad a una historia inundada por la ficción.
El guión contemplaba la aparición de un número significativo de villanos, justicieros y, por supuesto, víctimas. Pero lo que nunca se imaginaron los productores y directores, y tampoco el elenco principal, es que con el tiempo, tratándose de una puesta en escena continua, los supuestos villanos serían aclamados y absueltos por la crítica, los justicieros serían enjuiciados en sus propias cortes, y las presuntas víctimas del guión terminarían siendo juzgadas por el público, acusadas y perseguidas hasta el último de los confines del planeta por cuenta de todas las víctimas reales que provocó su burda interpretación.
En los créditos del programa de mano original del 30-S, la obra, se detalla por orden de aparición a los actores principales, a sus directores, creadores y productores. Incluso aparece allí la pequeña niña a la que usaron para su descomunal difusión publicitaria. Sin embargo, no constan en esos programas las víctimas auténticas que fueron utilizadas para dar un tinte de veracidad a esta teatralización: ni los enjuiciados y apresados injustamente, ni los exiliados y perseguidos de forma irracional y abusiva, ni los muertos que aún esperan conocer quiénes fueron sus victimarios.