El 19 de Julio de cada año, Nicaragua recuerda la caída del dictador Anastasio Somoza, alejado del poder en 1979 a sangre y fuego por la revolución del Frente Sandinista de Liberación Nacional, del cual, Daniel Ortega (1945), hoy mandatario, fue un importante líder. La dictadura corrupta de Somoza Debayle ejercía sobre el pueblo nicaragüense una terrible represión, con muertos, heridos, presos políticos y persecución indiscriminada. Hoy, 40 años después, los medios internacionales libres dan cuenta de que Ortega y su esposa, Rosario Murillo, Vicepresidente de la Nación, reprimen, con las mismas armas de Somoza, al pueblo nicaragüense que lucha por la democracia que Ortega les ofreció al acceder nuevamente al poder en 2007.
La represión empezó cuando el pueblo nicaragüense se opuso a una reciente reforma del gobierno a la Seguridad Social que cercenaba importantes derechos de jubilados y pensionistas.
Hoy, la valiente lucha de la oposición, con 300 muertos y 1 800 heridos hasta este instante, pide la renuncia de un gobierno enquistado durante muchos años en el poder y que, con el argumento de que su período termina en el año 2021, se resiste a dimitir, enteramente ajeno a los intereses de un pueblo empobrecido que quiere democracia, trabajo y pan. La oposición señala a Ortega como dictador corrupto, y con la mediación de la Iglesia Católica, exige que cese la represión, la libertad de los presos políticos y se anticipen las elecciones para marzo del 2019, debido a que la situación económica y social de Nicaragua es insostenible; y, por tanto, imposible esperar hasta el cambio político que supuestamente tendría lugar el 2021 si la función electoral de Ortega lo permite.
Igual que en Venezuela y otros países socialistas del siglo XXI, con la misma estrategia capciosa del Foro de Sao Paulo, Ortega y su cónyuge, bajo la sombra y asesoría de Raúl Castro y Maduro, censuran a los medios, consolidan el poder eliminando los contrapesos y controlan las funciones del Estado, especialmente la electoral.
Para su perduración en el imperio, la intimidación, la violencia, la impunidad y la represión los grupos armados parapoliciales son las herramientas que vemos allá y en Nicaragua. Igual que en Venezuela, Ortega acusa a la oposición de terrorista y golpista de derecha. Esperamos que no empiece pronto, como quieren algunos regímenes dictatoriales, un nuevo y triste éxodo esta vez de nicaragüenses, con la consiguiente severa afectación a los países vecinos y América.
Ojalá la presión internacional, liderada por la Organización de Estados Americanos, OEA y 13 países latinoamericanos, entre ellos Ecuador, consigan de Ortega y su cónyuge detener la represión, liberar a los presos políticos y trazar una ruta cierta de retorno a la paz y añorada democracia en Nicaragua.